THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

La tumba del hombre negro

Ahora como premio les ha llegado el ébola, lo que le faltaba a Sierra Leona para acabar de rematar la lista de sus particulares desgracias. Y lo aguantarán estoicamente, con serenidad.

Opinión
Comentarios
La tumba del hombre negro

Ahora como premio les ha llegado el ébola, lo que le faltaba a Sierra Leona para acabar de rematar la lista de sus particulares desgracias. Y lo aguantarán estoicamente, con serenidad.

Hace 11 años hice uno de mis múltiples viajes a Sierra Leona acompañado por mis padres, Martín y Mila. No por turismo, a pesar de que es uno de los países más bonitos que conozco, sino porque mi padre, como médico, quería ver cuáles eran las necesidades médicas más básicas para abrir un pequeño ambulatorio-consulta en la región del Tonko Limba. En Madina, concretamente.

Probablemente tú, y no lo digo como una crítica, ni siquiera sepas señalar en el mapa ese país. Un lugar del que los colonos británicos huyeron en el siglo XIX por considerarlo “la tumba del hombre blanco”. Pero lo cierto es que, sepas o no dónde está, has oído hablar de él: guerras bestiales, amputaciones como método expeditivo, siempre en la lista de los 10 países más pobres del mundo. Y enfermedades incurables, como una simple gripe. Y ahora como premio les ha llegado el ébola, lo que le faltaba a Sierra Leona para acabar de rematar la lista de sus particulares desgracias. Y lo aguantarán estoicamente, con serenidad. No hay tiempo para quejarse. Es la tumba del hombre negro.

Los hospitales de Freetown, olvídate del resto, son tan precarios que cuando estás allí rezas para no tener que ser atendido en sus instalaciones. Recuerdo la “consulta” de Martín, mi padre: la mesa de trabajo de un misionero, una silla de madera y los utensilios que se había llevado desde España. Eso mas una farmacia a la que compramos todos sus medicamentos para poder poner algún remedio.

Cada mañana, a las 07:00h ben Madina, organizados como un ejército, se alineaban más de 200 personas, la mayoría mujeres con niños, para exponer su dolor al Dr. Martín, mi padre. Solo, con un intérprete ocasional y conmigo y Mila, mi madre, como ayudantes logísticos. Una mañana llegó una madre con su hija de 7 años. Un tobillo hinchado como un pimiento morrón. Tenía una infección interna brutal. Imposible para ella acercarse al hospital más cercano, a más de 5 horas de camino en un coche que no teníamos. La solución la decidió mi padre, Martín, sobre la marcha: “Fernando, tengo que abrirle la pierna y limpiar todo lo que pueda la zona infectada. No tengo anestesia. Agárrala fuerte para que no se mueva”. Los ojos de la niña dejaban leer el miedo por el dolor que iba a sufrir. La madre, resignada y dispuesta a ayudarme. Y lo hicimos; a pelo, sin anestesia. Mientras el Dr. Martín Lázaro cortaba y limpiaba es pierna amarillenta verdosa bajo una piel negra, algo me estaba pasando en el pecho. Parecía que me iba a estallar. Terminó la limpieza, cerró la herida, vendó ese tobillo, le dio los medicamentos necesarios… y yo salí corriendo donde nadie pudiera verme para romper a llorar. La niña lo aguantó sin una sola queja.

Martín, mi padre, se lamentaba ante Chema, uno de los misioneros. “Se me mueren los niños en las manos”. Años más tarde, Chema volvió a encontrarse con mi padre. “Martín, quiero que sepas que no murió ninguna de las personas que viste en Madina”.

Ojalá se repita la historia una y mil veces.

Publicidad
MyTO

Crea tu cuenta en The Objective

Mostrar contraseña
Mostrar contraseña

Recupera tu contraseña

Ingresa el correo electrónico con el que te registraste en The Objective

L M M J V S D