THE OBJECTIVE
Lea Vélez

La verdadera cura

«Los responsables sanitarios supieron la que se nos venía encima, creo que algunos avisaron y otros no se atrevieron y que, sobre todo, no estaban en el limbo, igual que no los estábamos los ciudadanos»

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La verdadera cura

Claudio Schwarz | Unsplash

Con esta simpleza, lavado de manos, distancia y mascarilla, la pandemia estará más controlada. Es obvio ahora y por mucho que nos digan que no era obvio entonces, lo era, muchos lo sabían y lo recomendaban, ante los oídos sordos de la mayoría de los ciudadanos.

Pero los políticos no son la mayoría de los ciudadanos. Los científicos tampoco y los responsables sanitarios, menos que nadie en una situación pre-pandemia. Ellos debieron tener los oídos bien abiertos y hacer las recomendaciones, las campañas de prevención, establecer protocolos tempranos de higiene y lavado con gel en residencias y hospitales. Yo creo que los tuvieron, los oídos abiertos. Yo creo que supieron y quisieron avisar. Desgraciadamente, no se atrevieron a hablar y si lo hicieron, nadie les quiso creer.

Los responsables sanitarios supieron la que se nos venía encima, creo que algunos avisaron y otros no se atrevieron y que, sobre todo, no estaban en el limbo, igual que no los estábamos los ciudadanos. ¿Por qué no se establecieron sencillos protocolos de prevención? No digo que gran cosa hubiera cambiado, pero ¿cómo es posible que los médicos siguieran toqueteando a pacientes tosedores sin protección, que las autoridades sanitarias de algún sitio, el que sea, no decidieran poner dispensadores de gel, hacer limpiezas más exahustivas ¿Cómo es posible que suceda esto ante la amenaza de una pandemia que estaba clarísima en el mes de febrero? ¿Por qué sucede que la mayoría escéptica silencia siempre la verdad científica, se ríe de ella, se mofa o la lleva ante la Inquisición?

Poco antes de la eclosión de la pandemia fui con mi hijo pequeño al hospital, a una revisión de neumología. Fue en la primera semana de febrero, un mes antes de la alarma. Nadie hablaba ya de otra cosa que de un posible contagio, se comentaba en la prensa, se informaba de los casos importados en Europa, la crisis era algo que latía en todas las conciencias como un miedo, una sospecha y casi diría que una certeza. Acostumbrada como estoy a los hospitales británicos, en los que hace años se establecieron protocolos de higiene que se han mantenido desde la epidemia de gripe A (dispensadores de gel en las recepciones, sobre todo), esperaba, ingenua de mí, encontrarme dispensadores de gel hidro alcohólico en los centros sanitarios, a los médicos tomando cierta distancia y un olor a limpio novedoso, pero cuál sería mi sorpresa al ver que ese 10 de febrero, a pesar de las noticias que nos llegaban de Oriente, de los casos importados y los miedos al contagio, nada había cambiado. No había advertencias ni carteles de prevención sobre posibles contagios, no había geles, no había nada diferente. ¿Por qué?

Solo la percepción de la gente era nueva. Le dije a mi hijo que no cogeríamos el ascensor, pues la idea de ir en un lugar cerrado cargado de enfermos tosedores no era seductora. Cuál sería mi sorpresa al ver que las escaleras estaban abarrotadas de gente que sin duda había pensado lo mismo. Todos lo presentíamos y lo temíamos. ¿Por qué no había ya un protocolo sencillo, simplón, de higiene, aunque solo fuera, que nos indicara que alguien quería al menos prevenir algo y hacía un cierto esfuerzo? Ni un cartel hablando de los virus, nada.

Se acusa a los políticos y al gobierno de mala previsión, pero nadie dice nada de por qué los responsables médicos y sanitarios no pusieron en pie los protocolos de sobra conocidos por la comunidad científica ante otras epidemias -no ya pandemias- para evitar la propagación del contagio. Esto me extraña. Me deja de piedra y no me creo que sea cierto. Yo pienso que sí avisaron. Que hubo muchas voces de alarma. Que hubo por ahí, en hospitales, administraciones públicas, un montón de memorándums internos, emails, borradores de emails, pidiendo y solicitando de las gerencias hospitalarias la compra de material de higiene suplementario en esos primeros días de febrero, en los que todos los que tenemos memoria de otras pandemias echábamos de menos en hospitales, centros sanitarios de atención primaria y residencias. Tuvo que haberlos, otra cosa no tiene sentido. No me creo que nadie lo pensara ni lo dijera. Y si fue así, que nadie lo dijo por miedo, por no ser el que da el queo, por que no lo señalen… Quiero saber por qué. Quiero saber cómo se previene este silencio de los que saben, esta mofa de lo científico. ¿Por qué sucede?

¿Por qué y por qué? No me vale que todo el mundo diga que subestimó la pandemia. No se subestimó por todo el mundo, eso seguro. Quiero saber por qué nadie del mundo sanitario se alteró al ver que China construía un hospital en quince días. Por qué las noticias que llegaban, trágicas, parecían ajenas. ¿Por qué? ¿Unos por otros, la casa sin barrer, como dice el sabio refrán? ¿Qué carencia es esa de la sociedad, del sistema sanitario? ¿Quién es el responsable de dar un golpe en la mesa y decir ¡esto va a pasar!? ¿La OMS? ¿De verdad? ¿Cómo es posible que con semejantes argumentos con los que nos desayunábamos las noticias a diario, muerte, desbordamiento del sistema sanitario en China, cierres de ciudades enteras, nadie se atreviera a dar semejante puñetazo en la mesa, aunque fuera ante el director de un hospital en un lugar remoto? ¿temían que los acusaran de alarmistas? ¿El despido? ¿Temían estar equivocados? ¿Sabían que daría igual avisar? ¿Cuánta gente calló contra sus verdaderos instintos? ¿Por qué callan los que saben o no confían en sus instintos o en sus administraciones? ¿Por qué nadie lucha por sus convicciones? ¿Derrotismo? ¿frustración administrativa?

Saber eso, entender eso, no es solo el paso a una prevención futura. Es el verdadero paso a conocer la verdad y solo con la verdad, la verdad científica, existe cura, prevención y soluciones auténticas a cualquier problema real de la sociedad. La cura más eficaz de cualquier epidemia, no es una vacuna. Esa es la más sencilla cuando se tiene, claro. La cura más eficaz es verdaderamente complicada porque se llama “prevenir la enfermedad”.

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