THE OBJECTIVE
Leopoldo Abadia

Las dos personalidades

El chaval se ha preparado a conciencia. Bigotazos, melenaza, unas gafas enormes. Quedará muy bien en el Festival. Me parece que hace 44 años, los chavales iban igual. Encontraron el modelo, y, una vez que lo encuentras, ¿para qué cambiar?

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Las dos personalidades

El chaval se ha preparado a conciencia. Bigotazos, melenaza, unas gafas enormes. Quedará muy bien en el Festival. Me parece que hace 44 años, los chavales iban igual. Encontraron el modelo, y, una vez que lo encuentras, ¿para qué cambiar?

El chaval se ha preparado a conciencia. Bigotazos, melenaza, unas gafas enormes. Quedará muy bien en el Festival. Me parece que hace 44 años, los chavales iban igual. Encontraron el modelo, y, una vez que lo encuentras, ¿para qué cambiar?

Siempre que veo alguien así, pienso dos cosas: dónde trabajará y cómo se vestirá para ir allí. Quizá este chico trabaja en un banco, igual es un empleado modoso, con pelo corto peinado a raya, camisa blanca, chaqueta y corbata, sin gafas, porque no las necesita. (Las que se ha puesto para el Festival no son graduadas. Son para dar el pego).

Todo el año ahorrando para ir a Glastonbury, porque al principio se pagaba una libra (de aquellas) y ahora la entrada debe ser más cara.

¿A lo largo de los meses, se irá dejando crecer el pelo o ahora llevará peluca?

Si mi teoría del empleado de banco es acertada, este chico tiene dos personalidades, la convencional y la otra. Supongo que la convencional da de comer a la otra.

Por una parte, ¡qué lío eso de tener dos personalidades! Por otra parte, ¡qué tranquilidad ocultarse detrás del pelo, el bigote y las gafas y poder decir todas las cosas que se te han ocurrido atendiendo a los clientes del banco y sobre todo a esa clienta pelmaza que siempre llega cuando la oficina va a cerrar!

A todos nos pasa algo parecido. Cuando un político habla sin darse cuenta de que el micrófono sigue abierto, le sale la «otra» personalidad. No ha podido disfrazarse y le ha salido lo de dentro. Debería haber tenido más cuidado. En ese caso, callarse no es hipocresía. Es buena educación, porque no se trata de decir tooooooda la verdad cuando no hay por qué decirla (señora, qué mal le sienta ese vestido).

Mí amigo el del Festival (ya le he tomado cariño) lo resuelve de una manera mejor. Hoy se ha vestido de lo que le ha estado apeteciendo durante todo el año. Cuando, acabadas las vacaciones, vuelva a su trabajo, se vista de la otra manera y aparezca la clienta pelmaza, le sonreirá y pensará: «¡no te imaginas lo que te hubiera dicho si te encuentro en Glastonbury!»

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