THE OBJECTIVE
Gonzalo Gragera

Laura Freixas dice que

La pasada semana, la escritora Laura Freixas escribió un tuit en el que difundía unas líneas del último ensayo del filósofo político Manuel Arias Maldonado, editado en Anagrama. El texto del tuit, que a su vez acompañaba una foto con el párrafo del libro, decía así: “Juro que he empezado este libro sin prejuicios, con buena voluntad. He resistido 59 páginas (de argumentos sinuosos, tramposos, tirar la piedra y esconder la mano) y lo he dejado al llegar a este párrafo. No hará falta que lo comente, ¿verdad?”.

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Laura Freixas dice que

La pasada semana, la escritora Laura Freixas escribió un tuit en el que difundía unas líneas del último ensayo del filósofo político Manuel Arias Maldonado, editado en Anagrama. El texto del tuit, que a su vez acompañaba una foto con el párrafo del libro, decía así: “Juro que he empezado este libro sin prejuicios, con buena voluntad. He resistido 59 páginas (de argumentos sinuosos, tramposos, tirar la piedra y esconder la mano) y lo he dejado al llegar a este párrafo. No hará falta que lo comente, ¿verdad?”.

El párrafo al que Freixas se refiere, sin prejuicios, con buena voluntad (sic), es una cita que Arias Maldonado toma de otro autor, donde se escribe: “(…) Volkmar Sigusch, director durante treinta años del Instituto Científico Sexual ligado a la Universidad Goethe de Frankfurt, ha afirmado que una sociedad sin prostitución le resulta inimaginable, pues en ella se multiplicarían los homicidios y las agresiones sexuales, lamentando de paso la mezcla de hipocresía y puritanismo que nos impide reconocer su funcionalidad social”.

Quizá Laura Freixas no tenga nada más que comentar, pero cualquier lector, incluso con muchos prejuicios y con muy mala voluntad, podría advertir que no es lo mismo la cita de un autor cualquiera y el argumento o el criterio político del autor que firma el ensayo. Es decir, que el hecho de que un autor, en su ensayo, tome las palabras de otra persona no significa que este esté de acuerdo con las de aquel. Es una deducción tan simple que da un poco de reparo comentarla.

Pero parece que la escritora no sólo no ha caído en la obviedad sino que la expone, sin el menor pudor, en su cuenta personal de Twitter, donde tantos seguidores son sensibles, contrarios, a lo que se enuncia en las palabras que Arias Maldonado toma prestadas. Aquí abandono las verdades materiales y entro en el sinuoso y sin dudas tantas veces tramposo lugar para las conjeturas y las hipótesis, aunque tirando la piedra y sin esconder la mano. Laura Freixas es consciente de que cualquier párrafo en el que un autor insinúe las ventajas de la prostitución en la sociedad de hoy –bueno, y de cualquier época- será repudiado (compartido) por sus seguidores, siempre a favor de la autora del tuit-protesta y en contra del autor que defienda esa tesis. E imaginamos, porque todos la hemos vivido, la satisfacción moral que nos provocamos al ver que trescientas personas apoyan lo bueno que somos. Como cuando, de niños, decíamos a los compañeros que nuestro dibujo no era tan bueno como el de ellos, pero sólo para que nos dijeran que éramos pequeños genios de la pintura. O como cuando, de adultos, tratamos de señalar nuestros defectos pero para compararlos con los del otro y no quedar tan mal. En fin, cinismo, fariseísmo tuitero, oportunismo viral. Todo eso.

Las defensa de las causas políticas nobles, cuando todo el mundo nos observa, cuando en todo ese mundo buscamos saciar nuestras vanidades, no son tan defensa de las causas políticas nobles como de nosotros mismos, de nuestro estatus personal o de nuestra reputación. Cuando así ocurre, ese interés en nuestra sociedad que aparenta, en principio, altruismo, alcanza colores más egocéntricos, como cuando contamos en el perfil de Facebook nuestro desinteresado viaje de verano para ayudar a personas desfavorecidas.

Qué bien que Laura Freixas esté en contra de las palabras de la cita. Pero todo se distorsiona cuando parece que trata a la realidad no como es, sino como le gustaría que fuese. Y todo para así seguir reafirmándose en su propia cosmovisión ideológica. Es curioso: al final, para seguir perpetuando una realidad de la que disiente.

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