THE OBJECTIVE
Julia Escobar

Lectores y editores

Desgraciadamente, hace ya tiempo que muchos editores –y no sólo españoles– piensan que es bastante más rentable lo contrario: poner en el mercado cuarenta títulos que diez, aunque el número total de ejemplares sea el mismo

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Lectores y editores

Eddie Junior | Unsplash

Kafka –afirmaba Carlos Fuentes– no es autor que se vea mucho en las playas. Sin embargo –añadía– los que sí veranean son los libros de Michael Crichton y otros best-sellers, Sin duda, Fuentes no sabía nada de redes de distribución editorial ni de las triquiñuelas del así llamado comercio librero. Sin embargo, hubo un tiempo en que se podía encontrar a Kafka y a Galdós y lo mejor de la literatura universal en muchos rincones de España. Me refiero a la época gloriosa en que editoriales como Espasa Calpe y Aguilar campaban libres y soberanas, creando un fondo que sigue siendo inigualable.

La semana pasada me refería aquí a esos editores de antaño que crearon los fundamentos de la edición contemporánea, concretamente a Ignacio Bauer y Manuel Aguilar, deteniéndome en el primero. Hoy mencionaré al segundo, otro caso insólito; un hombre que se hizo a sí mismo, cuya vida y obra expuso con todo pormenor en sus memorias (Una experiencia editorial). Don Manuel Aguilar levantó un verdadero imperio económico. No sólo creó la editorial que lleva su nombre (destrozada en su momento por el grupo Prisa), sino una extensa red de librerías urbanas, que ese mismo grupo se ocupó de desbaratar y otra de librerías de ferrocarril que hicieron muy posible llevarse a Kafka a la playa; además tenía una imprenta, una encuadernadora y una tenería para curtir sus propias pieles. La lectura de estas memorias debería ser obligatoria para editores y libreros. A la luz de lo que está ocurriendo en el gremio a mí me produce cierta melancolía. Don Manuel, entre otras acertadísimas reflexiones, insistía en el hecho de que siempre es mejor un libro del que se venden quinientos ejemplares anuales durante diez años a vender cinco mil en un mes. Para él, los éxitos efímeros no daban vida ni permanencia a un catálogo editorial.

Desgraciadamente, hace ya tiempo que muchos editores –y no sólo españoles– piensan que es bastante más rentable lo contrario: poner en el mercado cuarenta títulos que diez, aunque el número total de ejemplares sea el mismo. ¿Por qué, si el orden de los factores no altera el producto? Porque como el criterio no es la calidad y la cadena que va del escritor al lector, pasando por intermediarios cada vez más voraces, no se guía por la excelencia literaria del primer eslabón (el autor), ni por el interés cultural del último (el lector), es más prudente multiplicar las apuestas para minimizar los riesgos que jugárselo todo a una (o diez) cartas. A los grandes grupos que ahora gobiernan muchas editoriales no les interesa crear un fondo que se venda a largo plazo cuando, tal vez, ellos estén ya en otra cosa.

Este fenómeno ha sido muy bien analizado por André Schiffrin en su libro La edición sin editores. Schiffrin era hijo de uno de los fundadores de La Pléiade que, en 1941, emigraron de Francia a los Estados Unidos, donde fundaron Pantheon Books, una de las más prestigiosas editoriales americanas. Cuando Random House compró la editorial, André era ya el director. Poco después Random House fue comprada por el grupo Newhouse y Schiffrin se marchó con todo su equipo para fundar The New Press, un ejemplo de alternativa salvadora.

En este librito de apenas cien páginas, Schiffrin cuenta su resistencia a entrar por el aro de una política editorial basada únicamente en las ventas. Con cifras y datos en la mano denunciaba las prácticas que llevaron a la destrucción de tantas editoriales y librerías, sometidas a lo que él llama «la censura del mercado». El título no puede ser más esclarecedor: el editor independiente está siendo sustituido por comparsas bien retribuidos y sólo publica lo que es rentable con lo cual desaparece la posibilidad de expresión y de difusión de determinados temas e ideas. Censura que, según Schiffrin, se extiende también a las librerías que reciben ofertas tentadoras de los grandes grupos para vaciar sus estanterías a velocidades de escándalo y colocar sus productos.

Lo peor es que, a su vez, los grandes grupos aglutinan cadenas de librerías que coaccionan a los editores para que sus autores no entren en contacto con los libreros independientes, iniciándose así un proceso irreversible. Schiffrin termina su libro instando a los pequeños editores a que mantengan su independencia antes de que sea demasiado tarde porque, como dice un proverbio polaco es muy fácil convertir un acuario en una sopa de pescado, pero es muy difícil hacer lo contrario. Y es, precisamente, lo que ha pasado desde que se escribieron estas páginas.

Las nuevas «alternativas de venta», han creado puntos más acordes a los nuevos soportes tecnológicos, debido también al final de lo que Marthe Robert llamaba en uno de sus libros «La tiranía de lo impreso» que, hay que admitirlo por mucho que duela, ha sido también el final de las librerías tal y como florecieron en la segunda mitad del siglo XX. Cuando hablo de alternativas no me refiero solamente a las grandes superficies, sino a la venta vía internet en sitios como Amazon, la bestia negra del momento que, sin embargo, permite proveerse de todo tipo de libros y otros productos a los habitantes de la así llamada «España vacía», donde no hay «comercios de proximidad» que valgan, así como ayudar a las personas ancianas o con problemas de discapacidad de todas las ciudades. Son esos «comercios de proximidad» los que tienen que ponerse las pilas.

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