THE OBJECTIVE
Fernando R. Lafuente

Llegan los americanos

«Como todas las paradojas tienen su retranca, el llamado Desastre del 98 significó el comienzo de una era de americanización de la sociedad española»

Lo bueno de la vida
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Llegan los americanos

Charlie Chaplin y Harry Myers en 'Luces de la ciudad'. | EP

Libro

Bienvenido, Mr. Chaplin. La americanización del ocio y la cultura en la España de entreguerras. Juan Francisco Fuentes. Taurus, Madrid, 2024. 485 páginas. 

Como todas las paradojas tienen su retranca, el llamado Desastre del 98 significó el comienzo de una era de modernización de la sociedad española que iba a tener en los jóvenes Estados Unidos de Norteamérica a uno de sus principales protagonistas. En el caso del ocio y la cultura, y durante el período de entreguerras, la irrupción del estilo de vida norteamericano iba a imponerse de manera determinante, no solo en España, sino en el resto de Europa. Un estilo de vida que tendría en el cine su principal foco de atracción, pero no el único. El cine sería algo así como la proa de un formidable transatlántico que portaba el jazz, la moda, la libertad de la mujer, los rascacielos, el deporte, la vida al aire libre, la tolerancia religiosa y las tecnologías domésticas, además de la coca-cola y los automóviles populares entre otros desembarcos. 

Modernización porque, como describe, de manera harto documentada, el historiador Juan Francisco Fuentes, (Barcelona, 1955) la repatriación de capitales y el hecho de mantenerse neutrales en la Gran Guerra, permitieron un notable desarrollo económico que tendría sus consecuencias en los usos y costumbres de la sociedad española. A ese desembarco no serán ajenos los españoles que viajan a Estados Unidos, porque a través de la correspondencia, artículos, testimonios fotográficos y demás lo que se cuenta es el deseo de americanizarse e, incluso, cambiarse el nombre español por uno norteamericano. Y en el centro de todo: Hollywood. Porque el desplome de la producción cinematográfica europea por la Guerra hará que, desde España, se haga una masiva importación de películas hollywoodienses que tendrá como inevitable consecuencia una constante familiaridad, cuando no admiración. 

«Los indicadores de esa americanización se sitúan en, por ejemplo, los anuncios de marcas comerciales»

Las primeras películas de Charlot se estrenan en 1915. Con una notable distinción en cuanto a lo que ocurre en las ciudades españolas respecto a esta recepción y lo que ocurre en la España rural. Ahí, también, Fuentes acierta al subrayar la distancia de una y otra, al destacar la vitalidad que manifestaban las pequeñas y medianas ciudades españolas, junto al fuerte crecimiento demográfico de Barcelona y Madrid. Los indicadores de esa americanización se sitúan en, por ejemplo, los anuncios de marcas comerciales, la renovada publicidad, los sucesivos e inmediatos estrenos de películas, la instalación de nuevas formas de divertirse y el tipo de consumo que surge impetuoso al albur de los americanos

«¡La Gran Vía es Nueva York!» escribirá, fascinado, Ehrenburg, en 1931. Una de las claves de esa profunda americanización viene señalada por el cambio generacional. Si la Generación del 98 ha vivido el derrumbe del Imperio, a manos, además, de los Estados Unidos, y la Generación del 14 centra su misión política, intelectual y pedagógica en acercarse a Europa, será la Generación del 27 la que se declare, sin fisuras, devota de esa americanización que en tanto está cambiando las costumbres españolas. 

Es la generación, como declarará Alberti, que ha nacido con el cine. Antes ya el padre literario de la Generación, Ramón Gómez de la Serna, había publicado Cinelandia (1923) y pronunciado en el Palacio de la Prensa de Madrid una conferencia que suma y resume el espíritu de época: Jazzbandismo. Y el cine es norteamericano, y el jazz, también. No sólo Charlot (que es inglés), sino Lloyd, Keaton se convierten en iconos populares, más conocidos que El Cid o Hernán Cortés. Algo que a una parte del conservadurismo español le pone de los nervios. Pero el rumbo de la Historia, los pasos que una sociedad decide dar son, serán, irreversibles. 

El viaje de Lorca a Nueva York (uno de los capítulos más destacados del libro), las palabras de Juan Ramón Jiménez, la labor de Federico de Onís en el mundo universitario e intelectual norteamericano, la fascinación de Buñuel y Neville por el cine de Hollywood, el vértigo, la velocidad, la ruptura de fronteras religiosas, la libertad de creación, la ausencia de un clasismo rancio, hacen que en la encuesta realizada por el diario El Sol, en 1929, a los que, en anterior libro (tan excelente como éste) de Juan Francisco Fuentes, denominó La generación perdida. Una encuesta sobre la juventud de 1929 (Taurus, 2022), sea una joven quien confiesa que no cambiaría por otra época la que está viviendo. Se sienten, en su mayoría, encantadísimos de ese momento en el que todas las expectativas de un mundo nuevo, abierto, sin complejos y lleno de oportunidades se abre para ellos. 

«Un libro ejemplarmente escrito que permite al lector avanzar junto al autor»

En esa efusión de bienestar no es ajena la profunda americanización que la vida, en múltiples aspectos, ha traído a España. Una americanización que se iba a polarizar conforme pasemos de los años tan felices de los veintes a los demoledores años treintas, otro de los capítulos extraordinarios es el dedicado al gansterismo y su proyección, más allá de las pantallas, como imitación de comportamientos no solo delictivos sino políticos. 

El recorrido que propone Fuentes es deslumbrante. Con una profusión de datos, citas, hechos, acontecimientos, protagonistas que completan el mapa posible en el que modernización y americanización van de la mano. Y todo escrito con un estilo ágil, cercano, directo, elegante, si se permite, gratamente inscrita en la mejor tradición de la prosa histórica anglosajona

Un libro que cubre un capítulo hasta hoy polémico, poco desarrollado, a veces peor interpretado y que ahora desvela ocultaciones interesadas, sorprende (en más ocasiones de las que cualquiera se hubiera atrevido a imaginar) con declaraciones insólitas de diversos personajes sobre los que el estereotipo pesaba más que la realidad. Un libro, hay que insistir en ello, ejemplarmente escrito que permite al lector avanzar junto al autor y a éste recrear la circunstancia, a la manera orteguiana, que rodea el proceso en sus ámbitos políticos, sociales y culturales. Un modelo de contar la Historia, sin adjetivos.

Cine

Jano. Medio siglo de carteles e ilustración (Biblioteca regional de Madrid). Del 21 de junio al 15 de septiembre. Comisariado por Víctor Zarza.

Jano (Francisco Fernández-Zarza Pérez, Madrid 1922-1992) es el gran cartelista español, quien, como ha señalado Carmen Asenjo, fue el creador del paisaje cinematográfico de la Gran Vía. Cuando el cine existía, las salas eran las grandes catedrales laicas y la devoción por las estrellas permitía que la que fue «fábrica de sueños» se convirtiera en un fabuloso añadido a la vida de todos los días. Los carteles de Jano, los programas de mano, las historias gráficas, sus ilustraciones, las portadas para novelas de pulp fiction y su entrega a un Madrid fue hasta el final. Un Madrid que tiene en Edgar Neville a su cineasta y en Jano a su cartelista.

Esta exposición, espléndida en su disposición de salas, acertada cronología artística y biográfica, es una soberana oportunidad para llevar a Jano al lugar, primero y principal que le corresponde en la historia del cine español y de la cultura gráfica popular

«De trazo preciso, sus caricaturas siempre tenían una marcada tendencia a la bonhomía»

Carteles como los de Mogambo, Surcos, El último caballo, Centauros del desierto; La ladrona, su padre y el taxista, su primer cartel de 1947, ¡Ay Jalisco, no te rajes!, ¡Bienvenido Mr. Marshall!, Segundo López, aventurero urbano, La caída del imperio romano, Nunca pasa nada, Uno Rojo, división de choque, entre tantos, además de esa «private joke» que se marcó Víctor Erice en El Sur (1983) al pedirle a Jano que dibujara el cartel de la película que la joven protagonista ha visto esa tarde y que se titula Flor de sombra. Todos ellos constituyen un imaginario colectivo memorable. 

De trazo preciso, sus caricaturas siempre tenían una marcada tendencia a la bonhomía, al tratar al personaje con extrema delicadeza y humor, algo siempre complejo. Como señala Víctor Zarza, comisario de la muestra, en el catálogo: «En esta exposición puede comprobarse, a la vista de sus dibujos originales, la diversidad de planteamientos y resoluciones que Jano fue capaz de poner en juego a lo largo de su dilatada trayectoria, siempre en sintonía no sólo con la naturaleza argumental de las películas sino también en consonancia con las sucesivas estéticas que se iban imponiendo en el campo del diseño y en términos socioculturales». No se la pierdan. Será tiempo ganado y disfrutado.

Taberna

Casa Zaca. c/ Embajadores, 6

Real Sitio de San Ildefonso. Segovia.

O casa de comidas. Casa Zaca es un lugar imprescindible para regresar siempre a los platos que uno desde el principio de los tiempos anhela y busca. Ambiente familiar, en La Granja, esa localidad segoviana, tan distinguida y tan popular. Jardines, fuentes, estatuas, paseos, atardeceres, todo está muy bien, pero estará mejor con un comedor como el de Zaca. Porque allí uno encuentra no ya con emoción, sino con devoción los judiones de la casa, que no son cualesquiera judiones, o ese plato que de tan sencillo es sublime, las patatas a la importancia, y de ahí a las albóndigas de ternera, sí, las de siempre, con una salsa que ya en pocos sitios se encuentra, o el conejo a la cazadora o un plato que despierta los sentidos, también, olvidado más de lo que uno quisiera, la lengua de ternera, sin que se queden atrás, cómo iba a ser eso en una localidad segoviana, las chuletas de cordero. Menuda Casa Zaca. Qué momento vivirlo con la lentitud, el tiempo y la conversación entre amigos de algo único.

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