Un 'thriller' medieval para el verano
«Lorenzo G. Acebedo regresa con ‘La santa compaña’, una historia que vuelve a tener de personaje estrella al clérigo y poeta Gonzalo de Berceo»
Libro
La Santa Compaña. Lorenzo G. Acebedo. Tusquets, Barcelona, 2024. 296 páginas
Lo más prudente en estos tormentosos días –y vendrán peores- es poner siglos de por medio. Edad Media, hacia la segunda mitad del siglo XIII. El castellano adquiere notoria literatura. Mester de Clerecía. Protagonista, Gonzalo de Berceo (c.1190-c.1264). Destino, desde su Rioja natal, Santiago de Compostela, epicentro, tanto como Roma, de la cristiandad. Los peregrinos llenan sus calles. Berceo llega por un asunto, digamos cariñosamente, privado, pero pronto se ve enredado en una serie de misteriosos y oscuros hechos que tienen sobre ascuas, y algo más, al Cabildo. Estamos en pleno jubileo. «Que el apóstol me perdone, no fui a Santiago ni por él ni por el jubileo: trescientos días (con sus noches, imagino) de descuento en el purgatorio tampoco sería de gran provecho para los réprobos que estamos destinados a pasar la eternidad en el infierno. Fui por lealtad a una amistad quimérica hacia un peregrino improbable, por una carta cifrada y por la necesidad, que ni a mi edad se aminora, de remediarme con un negocio que ‘no puede fallar’, como sucede cada vez que alguien ofrece alguno».
De nuevo, Lorenzo G. Acebedo (seudónimo, aunque algunos sospechamos de quien puede tratarse) regresa con una historia que será el libro del verano, otra vez, como ya hiciera el pasado año con la memorable La taberna de Silos, y con su personaje estrella, el clérigo y poeta, Gonzalo de Berceo, astuto, vividor, inteligente y, sobre todo, catador de bon vino. Porque el asunto privado que le ha llevado a Santiago no es otro, más allá de jubileos y demás ornamenta religiosa, el vino, la cepa mencía, que su viejo y dislocado, y fascinante espécimen, Lope Ruiz está cultivando, con fines, evidentemente, comerciales y exportadores. Un arcediano que se inmola al paso del butafumeiro, otro que se arranca los ojos y comienza a hablar al revés; uno más que se arranca sus partes pudendas ante el estupor de los presentes. El arzobispo, Juan Arias, Gallinato, ante el despelote que se sucede inexplicable, acude a su viejo compañero del Estudio General de Palencia, que no es otro que nuestro querido Berceo para que indague lo que está ocurriendo.
«Lo que le corresponde al autor anónimo (o con seudónimo) es contar una historia formidable, en la que cada capítulo es una magistral vuelta de tuerca al anterior»
Berceo se resiste, la cosa está complicada, hay demasiados elementos en liza y un tipo peligroso que desaparece, el deán Fernando el Moro, se supone que secuestrado, o vete a saber qué, por La Santa Compaña. Lupanares, monasterios, cabildos, callejuelas, negocios, intrigas, falsas identidades, ajetreo monumental de gentes que acuden desde las más recónditas geografías europeas, maldiciones, tabernas, que no falten con Berceo las Tabernas, protagonistas inolvidables como ese monumento literario que es Lupa, mandamás, y de qué manera, de la taberna El Mono Chispo, centro neurálgico de cuanto sucederá, o, al menos, allí se reunirán Lope y Gonzalo para tramar negocios, investigaciones y misterios.
Y como no debe faltar nada: el ajedrez, y al lado, un joven correo del Rey, Alonso, que dando vueltas a la rueda de la fortuna, el lector descubrirá que no es sino el heredero de la corona y futuro rey Alfonso X el Sabio, aquí como el Sandio. Humor, cinismo, intriga, leyendas, ambiciones económicas, negocios ocultos, todo para qué el poeta, nada menos que el de los Milagros de Nuestra Señora, se adentre en un laberinto, condenadamente borgiano, para desmenuzar que se esconde o que se pretende, o quien instiga a los hechos trágicos y cómicos, con perdón, que se suceden en el Cabildo, sin olvidar todos el catálogo de creencias, leyendas, temores, sentencias y maldiciones, con la supuesta brujería de por medio, los malos augurios al lado y las sospechas de que todo se reduzca a los viejos y eternos deseos terrenales de llevarse la pasta, monda y lironda.
¿Será así o habrá un elemento sobrenatural, mágico, que mueva los desdichados hilos que confunden a los integrantes del Cabildo? Eso es ya cosa del lector. Lo que le corresponde al autor anónimo (o con seudónimo) es contar una historia formidable, en la que cada capítulo es una magistral vuelta de tuerca al anterior. El lenguaje rezuma casticismo, ironía, inteligencia, escepticismo y, sobre todo, gran literatura. Una obra sin mayor ambición que tener al lector impávido, sin pestañear, pero con una leve sonrisa cervantina en los labios, página a página. Como no tiene ambición, las reúne a todas: calidad literaria, desparpajo en los diálogos, sabiduría en la complejidad de las situaciones, extraordinario conocimiento de las labores sacerdotales, sus usos (y abusos) y costumbres, acción y reflexión, y un profundo adentrarse en los comportamientos, las ambiciones, las renuncias y las melancolías humanas, demasiado humanas. El libro del verano a distancia de sus semejantes.
Película
El nombre de la rosa. Dirección. Jean-Jacques Annaud. Intérpretes. Sean Connery, Christian Slater, F. Murray Abraham. Michael Lonsdale, Valentina Vargas. Italia-Francia-Alemania. 1986. 131 minutos
Umberto Eco (Alessandra, 1932-Milán, 2016) quería escribir una historia, así de sencillo, en la que apareciera asesinado un monje en una abadía. También cauto, ponía siglos de por medio. Sucede en c.1326, Abadía de Melk. El muerto, en la novela, claro, será el miniaturista Adelmo de Otranto (primera private joke, hay unas cuantas, de Eco, Otranto, por la novela gótica del siglo XVIII, clásico en el género El castillo de Otranto). Miniaturista porque se copia, entre otras obras, en el Scriptorium de la Abadía, el Apocalipsis del Beato de Liébana, cumbre del milenarismo medieval, y porque el asesinato, porque asesinato es, será por culpa de otro libro lesivo para la Cristiandad: el Libro IV de la Poética de Aristóteles.
«No hay nada como escribir sobre lo que se conoce, y después se intuye, y después se inventa»
¿Cómo, pensaron muchos, con un asunto no ya de alta cultura, sino a fecha de hoy y tal y como está el patio, de altísima cultura se pudo convertir en un bestseller? Esto lo dejamos para otra ocasión. Lo que aquí importa, porque aquí hemos venido como advirtió Baroja en sus Memorias, «señores, aquí hemos venido a pasar el rato», y la vida no es sino un largo rato, es que Eco sabía de lo que escribía, más allá de la inmensa sorna, por no decir cachondeo, o más educadamente, deliciosa ironía con que trata cada paso de la intriga.
Será Guillermo de Baskerville, franciscano, quien ha llegado a la Abadía acompañado del joven novicio Adso de Melk (quien es la voz narradora), el que se ocupe, a instancias del Prior, de investigar no ya ese crimen del pobre miniaturista, sino de los que vendrán a continuación, que no son broma. Con este novela, y con su impecable, e imperecedera, adaptación a la pantalla, por parte del muy notable Jean-Jacques Annaud, Eco traspasó los cansados y maltrechos recintos universitarios para instalarse como un soberano narrador. No hay nada como escribir sobre lo que se conoce, y después se intuye, y después se inventa. Pasos justos y medidos. En la maravillosa estela de esta obra, literaria, cinematográfica, se inscribe nuestro Gonzalo de Berceo. Surge el thriller posmoderno (lo poco bueno, junto con Borges, que hadado la maltrecha posmodernidad: jugar con los géneros). Cada verano una visita a la Abadía de Melk y el que venga después que arree.
Taberna
Los Palmeros. Plaza de San Telmo, 4. Frómista. Palencia
Si Berceo, desde San Millán de la Cogolla hace el Camino de Santiago, con lo que debía ser recorrerlo en pleno siglo XIII, eso sí lleno de aventuras, milagreros, fantoches, vendedores de reliquias y un verdadero circo de fantasías y creencias, cómo no detenerse hoy, este verano, en Los Palmeros de Frómista, Camino de Santiago, mediante. Una de las más elaboradas y exquisitas cocinas españolas. En tierras palentinas, en un enclave mágico. Desde el balcón de la sala uno, mientras devora (es el verbo, dicho moderadamente), los guisantes lágrimas, las alubias palentinas, la paletilla de lechal, la caza en su temporada, contempla la fachada de un románico que emociona tanto o más que los platos que van llegando felices –ellos y nosotros- a la mesa. Un garbeo por Los Palmeros, con el libro de quien firma como Lorenzo G. Acebedo, y la película de Annaud, y que la vida, y el Camino, y lo que se ponga por delante, esperen su hora. La del alba, claro.