THE OBJECTIVE
Fernando R. Lafuente

El esplendor de la rutina

«La película de Wim Wenders, ‘Perfect Days’, es una elegía de la rutina, donde cada día es el mismo pero con un anhelo distinto. Porque cada día es un día nuevo»

Lo bueno de la vida
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El esplendor de la rutina

Escena de 'Perfect Days' | A contracorriente films

Libro

Las deliciosas historias de la Taberna Kamosagawa. Hishashi Kashiwai. Salamandra, Barcelona, 2024. 201 pàginas. Traducción de Víctor Illera Kanaya

Kioto. Calle Shomen-dori. «La fachada está revestida de mortero. No tiene ningún dótulo ni cortina noren que lo identifiquen como un lugar donde sirven comidas». Estamos ante la Taberna Kamogawa. Sin anuncios. Sólo una nota en una revista gastronómica japonesa, de notable prestigio, pero que todo es un misterio. No llega cualquiera. Pero el que llega no lo olvida. La Taberna es, a su vez, una agencia de detectives. Lo que ocurre es que allí la investigación no trata de crímenes, robos, desfalcos, infelicidades, sino de platos que se tratan de recuperar. Platos que los clientes que buscan por tantos motivos distintos, distantes y variopintos que ya el enigma se convierte en una historia, siempre, deslumbrante. Los platos y la historia, o al revés. Hishashi Kashiwai (Kioto, 1952) ha creado un mundo de ficción del que es difícil salir después de descubrirlo. 

Pareciera todo tan natural y, al tiempo, tan increíble, que uno duda en las primeras páginas de esta segunda entrega de la Taberna (la primera, para el lector en español, fue Los misterios de la Tabernan Kamogawa, Salamandra, 2023) de que no se convierta en un sucedáneo hinchado de una idea, sin duda, muy divertida e intrigante. Qué es la literatura sino una sabia combinación de ambos elementos: intrigar al lector y cuando la intriga funciona, deslumbrarle. Kashiwai, con mínimas herramientas narrativas lo consigue. Aquí brilla el esplendor de la rutina. Las seis historias que componen el volumen se abren, se cierran y se desarrollan de la misma rutinaria manera. 

Uno, llega el cliente interesado en un plato, no le ha sido fácil encontrar el local. Dos, es recibido por Koishi, hija del cocinero, Nagare. Dos, explica la razón de su presencia: la búsqueda de un plato de antaño que desea volver a probar, a sentir, por razones muy especiales. Tres, antes de que cuente qué plato es el que desea recuperar de su memoria gastronómica, Nagare, le propone una suculenta comida, para ir haciendo amigos, o familiarizarse con el local. Por ejemplo: «El arroz es de la variedad tsuyahime que cultivan en Yamagata –comenzó a explicar Nagare- ¿Te he puesto una buena ración! La sopa de miso con trozos de cerdo lleva tubérculos, aunque no son de Kioto, así que no esperes gran cosa. En el plato grande te he servido un combinado de sabores japoneese y occidentales. Esto es congrio empanado relleno de ciruela y hojas verdes de shiso. Aquí tienes hiyayakko: tofu fresco con cebollino, rábano, jengibre y salsa de soja. Normalmente lleva bonito seco rallado, pero para éte he usado la piel de congrio deshidratada y cortada en tiras. También te he frito unos pocos pimientos rojos de Manganji (…)En el cuenco pequeño hay caballa con miso y jengibre picado, y aquí, rosbif de ternera de Kioto. Yo le pondría salsa de soja con wasabi y me lo comería envuelto en una de esas láminas de algas nori tostadas que tienes aquí. También te traje albóndigas de pato salvaje en salsa teriyaki; puedes mojarlas en la yema del huevo de codorniz. La berenjena Kamo frita está cubierta de curry espesado con harinza kuzu. Y ahora, ¡buen provecho!», es el plato que como bienvenida se le ofrece al primer cliente de la primera historia de este soberano y gastronómico libro. Que es más que un sinfín de recetas y degustaciones. Tiene la vida por en medio. 

Cuatro, una vez que el cliente no es que se haya quedado entusiasmado, sino que saliva aún lo comido, pasa al fondo del restaurante, a través de un pasillo en el que en sus paredes mediante domésticas fotos, están reflejados los platos que Nagare ha ido elaborando en función de las peticiones de sus singulares clientes, al fondo se encuentra el despacho de la agencia de detectives gastronómicos, donde Koishi, toma nota de la petición, con todos los detalles posibles: lugar, fecha, aspecto, ingredientes, sabores, tras rellenar el peticionario una ficha. Cinco, el cliente queda a la espera de la investigación, que durará, siempre, bendita rutina, dos semanas, y estará a cargo de Nagare. Quien antes que cocinero fue un muy relevante miembro de la policía de Kioto, pero dejó la placa y las investigaciones policiales por otras, las gastronómicas.

Con su saber policial, con su experiencia en la búsqueda de datos y personas, emprenderá la labor de ofrecerle a su nuevo cliente el plato que requería y añoraba y que significará, he ahí uno de los valores singulares de estas historias, mucho más que el breve, siempre lo es, placer de volver a sentir el placer de un plato olvidado. 

«Nagore explica, como si de una novela policial se tratara, cuáles fueron los pasos hasta llegar a la receta»

Seis, pasadas las dos semanas, el cliente regresa a la Taberna, Nagore ya tiene listo el plato anhelado, se lo ofrece, el cliente deslumbrado agradece, y de qué maneras tan grandiosas y conmovedoras, el hallazgo y siete, Nagore explica, como si de una novela policial de Hammett, Chandler, Camilleri, se tratara, cómo lo consiguió y cuáles fueron los pasos hasta llegar a la receta. Seis historias, la del nadador olímpico que busca reencontrarse con su padre a través del Nori-ben que éste le preparara, para descubrir lo que su padre, verdaderamente, sentía por él.

La exótica búsqueda de una hamburguesa, de puesto de barrio, que el abuelo le brindaba a la nieta, pues la madre quiere que la niña distinga lo que es la buena carne, el tournedó, frente a la cocina popular. Ganará ésta. La Tarta de Navidad, que un matrimonio que ha perdido a su hijo, tomaba éste, a escondidas y comprada en una pastelería que no era la que sus padres regentaba. El hijo murió y ellos quieren ofrendarlo por razones que ya descubrirá el lector, y que se explica en esta vieja advertencia nipona: «No hereda la sangre, sino las manos que saben y hacen». 

La modelo que trata de encontrar, a través de un plato casi imposible, a su madre. El empresario que quiso ser actor, y en sus tiempos de estudiante, con sus compañeros, degustaban unos fideos chinos en un puesto cercano a la Universidad, y ahora, que su hijo, quiere también ser actor, busca en el sabor de aquellos memorables fideos la razón de permitirle que siga su vocación y la cantante, ya entrada en años, en busca, todos van en busca de algo, de alguien, el plato que la reconcilie con sus padres. Historias contadas con la profunda sencillez de la más emocionante narrativa japonesa.

Historias tan verosímiles como inverosímiles podrían parecer estas búsquedas gastronómicas. Personajes llenos de una profunda humanidad que cuentan los diversos caminos del destino de cada uno de ellos, porque más allá de la cuestión gastronómica, lo que emociona son las confesiones y la diversidad de hechos, anécdotas, sucesos que a cada cual le llevan a la ya imborrable Taberna de la calle Shomen-dori de la majestuosa antigua capital imperial, Kioto.

Película

Perfect Days. Dirección. Win Wenders. Intérpretes. Köji Yakhuso, Arisa Nakano, Tokio Emoto. Japón-Alemania. 2023. 119 minutos

Hiroyama (el excelente Köji Yashuko) supervisa los lavabos públicos de Tokio, como si se tratara del personaje de Somerset Maugham, de Al filo de la navaja, el espectador solo conoce lo que hace, no sabe por qué se dedica a ello, ni cuáles son las razones o condiciones de su rutinario trabajo. Solo busca estar tranquilo, alejado del ruido, de las ambiciones, del tráfago fatal de una vida desquiciada. La película es una elegía de la rutina, de nuevo, del esplendor de la rutina. De la vida, a cada paso de Hiroyama. Tokio mostrado, desde los ojos del protagonista, como un documental. Cada día, lo mismo y, por ello, cada día con un anhelo distinto. Porque cada día pareciera igual al anterior, pero eso depende del ánimo de cada uno, y el de Hiroyima es universal . Porque cada día es un día nuevo. Qué importa la mecánica que se le incorpore. 

«Hiroyama posee el bendito arte de vivir el presente, de que el pasado no le perturbe y el futuro no le interese»

Levantarse, asearse, el café, el mono azul de trabajo, la camioneta en la que se desplaza de un lavabo público a otro, sus comparas de libros de segunda mano, la cena. Esta película es la resurrección del mejor Wenders, el de Paris-Texas, El amigo americano, El miedo del portero ante el penalti, Alicia en las ciudades. Aquí se trata de algo especial, de cómo la rutina es tratada como un soberano atractivo cinematográfico. Y esto tiene su valor y su riesgo. La narración de hechos cotidianos, comunes que, vete a saber por qué, emocionan al contemplarlos en la pantalla, que no repiten cansinas escenas, que no se recrean en los detalles insignificantes, que no fatigan la visión, sino al contrario, la superan. Son días perfectos, «momentos de la sensación verdadera». 

Hiroyama posee el bendito arte de callar, el más bendito de escuchar, de contemplar, de disfrutar de cada instante, de vivir el presente, de que el pasado no le perturbe y el futuro no le interese (porque como sabemos el futuro no existe). Todo un soberbio personaje cinematográfico. Y punto aparte, pero no menos esencial, la música que escucha en su maravilloso cassette: Van Morrison, Patti Smith, Velvet Underground (qué grande fue Nico), Animals y el Perfect Days del Transformer de Lou Reed. Sí, el inigualable, quien lo probó lo sabe, esplendor de la rutina.

Taberna

Kabuki Wellington (Ricardo Sanz). c/Velázquez, 6. Madrid

Hace años, muchos años, casi en otra galaxia legendaria, en Madrid si uno quería comida japonesa estaba Don Zoco en la muy madrileña calle de Echegaray, que ahí sigue con su calidad intacta. Hoy, la multiplicación ha sido geométrica, no aritmética. Y hay restaurantes japoneses, o tabernas, si no en cada esquina casi. Y muchos de una calidad excelente, para los que hemos estado en Japón un tiempo. Así que a la hora de elegir uno, cuestión complicada, vayamos a lo seguro: Kabuki Wellington (Ricardo Sanz). Formidable cocina japonesa, tan exquisita, o casi, como la de la ficticia (lástima) Taberna Kamogawa.

Más allá, que tampoco hay que olvidar, de los ya muy populares sushis y sashimis, no olvide el lector, si se decide a perderse en estos manjares, auténticos, el Carabinero, el Kimchi, el Sake picante, el Niguiri Gukan Tuétano, las Tempuras ) origen de los jesuitas por la Semana Santa, viene de Tempores) o el Salmón Aburi. Ojalá a alguien se le ocurriera, ya puestos, inaugurar algo semejante a la Taberna Kamogawa en Madrid, esa agencia de detectives gastronómicos, pero, además, que no se limitara a la cocina japonesa sino que se abriera a la búsqueda de platos perdidos y elaborados antaño de la cocina más popular de aquí. Dicho está.

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