THE OBJECTIVE
Jorge San Miguel

Los concernidos

«El concernido es un tipo o tipa aún joven, o más bien congelado en una cierta juventud atemporal, que vuelca en la pasión política la energía que no puede aplicar en el trabajo o en la familia, donde con mejor o peor fortuna se volcaron nuestros padres.»

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Los concernidos

EMILIO MORENATTI | AP Images

Hace años se puso de moda hablar del idiotes griego, el «particular». Yo creo que se lo leí por primera vez a Escohotado en Caos y orden, en mi período larvario, pero luego vinieron muchos otros. En principio era un deje pedante, pero luego se convirtió en un argumento prestigioso, social. El «particular» es el que se ocupa de sus cosas y no de las de la ciudad. Sobra decir que en la Grecia de Pericles desentenderse de la ciudad tenía otras implicaciones y matices que en una democracia representativa de treinta y tantos millones de votantes; pero no nos pongamos quisquillosos. Al idiotes había que censurarlo como el pasota que era. En el «ciclo de repolitización» que se abrió en 2011, ser un pasota era de las peores cosas que se podían ser: los «particulares» tenían la culpa de la burbuja inmobiliaria, de la quiebra de las cajas, de la corrupción, de la degradación institucional y, si me apuras, de la guerra de Irak y de la muerte de la novela. No se podía dedicar uno al negocio, al medro personal o a la holganza y preocuparse solo de la política cada cuatro años, o ni eso, porque entonces lo común se resentía y pasaban cosas funestas. Y algo había de eso.

Pero nos vinimos arriba. A rebufo de la crisis, un par de generaciones se politizaron de repente gracias a la tele y las redes sociales. No en los partidos, ni en los sindicatos, víctimas ambos de la crisis; no en las parroquias, víctimas de otras cosas. Ni siquiera en las asociaciones civiles. No: en la tele y en las redes sociales. Este proceso generó un sujeto político nuevo, contrafigura aparente del idiotes, que podríamos llamar el «concernido» a falta de un término mejor. El concernido es un tipo o tipa aún joven, o más bien congelado en una cierta juventud atemporal, que vuelca en la pasión política la energía que no puede aplicar en el trabajo o en la familia, donde con mejor o peor fortuna se volcaron nuestros padres. A veces racionaliza que no le interesa construir un hogar o una carrera profesional decente -sobre todo lo primero-, y no dudo de que así sea en algunos casos.

A cambio, el concernido proyecta su ser sobre cualquier cuestión política que le llegue por la pantalla, en España o fuera de ella. Como su pasión es vicaria y tiene que ver siempre con el discurso antes que con lo real, le cabrea más el franquismo que el paro; y cuando le cabrea algo de verdad, como lo caros que están los pisos en el centro, es porque afecta a su autoimagen, y casi siempre se acoge a soluciones discursivas o simbólicas. Los concernidos se estrenaron con cosas como Wikileaks y la Primavera árabe, pero eran aún concernidos en beta, por así decir, y hubo que esperar al siguiente ciclo electoral y que las teles transpusieran el modelo del cotilleo a la política para ver el fenómeno en toda su dimensión.

El concernido es ante todo de izquierdas, porque los tiros iban por ahí en 2011 y porque había gente organizada en la izquierda para cooptar a quien se dejase caer por una plaza; pero también los hubo de derechas desde el principio. ¡Y tanto! Estos ojitos han visto a españoles adultos pelearse por Ron Paul. Ahora asoman los jóvenes turcos por ese flanco, y hay quien ve en ellos una cierta solución, como en los bárbaros de Cavafis. Pero como se dejen arrastrar a los entusiasmos y al celo del concernido acabarán siendo meramente otro coñazo. El concernido es deletéreo para el país y para sí donde lo pongan.

Echar a esta gente machacada por el mercado laboral y el sistema educativo a las redes y a una política sin anclajes reales fue como darle whisky a los sioux, y para cubrir la demanda ha aparecido una categoría de generadores de contenido político -¿o acaso los concernidos son un subproducto de la previa aparición de los camellos en la esfera pública? De los que producen, están los que saben, los que saben y engañan, los que no saben y los que no saben ni que están engañando. Pero el negocio es el mismo en todos los casos. «De Trump a Logroño», escribió uno el otro día; porque nada de lo humano les es ajeno. La mera posibilidad de la frase define una época de la vida española.

Yo he sido a mi manera un concernido, y supongo que hasta un generador de concernidos, pero de todo se sale: hasta del caballo. Me he desenganchado de la pasión política en parte gracias a la política, que de momento me da de comer bien y me permite centrarme en el «mundo de la vida». Por cierto, al primero al que le oí defender al idiotes fue a un conocido profesor de ciencia política, que ha pasado en veinte años de la corte felipista al circo volante del independentismo catalán[contexto id=»381726″]. «¡Dejad a la gente en paz!», nos vino a decir durante una clase. Y tenía razón, claro. También Sieyès y Madison lo advirtieron en su momento, pero ellos no tenían que rellenar minutos de tele. La solución a esto, si la hay, es como la de todas las adicciones: volcarte en las cosas tangibles y reconciliarte con lo real. Hace mucho leí una entrevista con Alba Rico en la que recomendaba pelar patatas para hacer algo real ante el fracaso de la utopía. En su momento me reí, pero le concedo ahora que tenía razón -no obviamente en lo del comunismo, pero sí en lo de las patatas. El comunismo es un fracaso, pero a ver quién no. Así que a las cosas, españoles, y menos tele.

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