Los desafíos del antipluralismo
En las próximas elecciones municipales habrá localidades en las que algunas propuestas políticas, aún teniendo potenciales electores, no podrán ser votadas
No por rutinario deja de ser alarmante. En las próximas elecciones municipales habrá localidades en las que algunas propuestas políticas, aún teniendo potenciales electores, no podrán ser votadas. Ha sido un rasgo habitual en ciertas poblaciones de la Comunidad Autónoma Vasca desde hace décadas. Y va camino de ser también una marca distintiva de la Cataluña rural. En muchos de estos casos la principal razón es el miedo. Los partidos no encuentran a personas dispuestas a completar las listas con su nombre y apellidos. Estamos hablando de ambientes en los que todos se conocen y respirar, a veces, se hace díficil. Cualquier paso en falso tiene como consecuencia la exclusión de la comunidad: por traidores, fascistas, provocadores u otros epítetos peyorativos que en este contexto nunca serán considerados machistas o xenófobos. Que se lo pregunten, por ejemplo, a Maite Pagazaurtundúa y a tantos perfiles anónimos que lo sufren en silencio.
No por rutinario deja de ser alarmante. Hay opiniones que no se pueden expresar públicamente sin el riesgo a ser acosado por los que creen que el espacio público es de su exclusiva propiedad. La calle es suya, son el pueblo y consideran que tienen toda la legitimidad para atacar al gobernante de turno que no desarrolla las políticas que anhelan. Sabemos bastante ya de escraches, boicots, censuras y desinfecciones simbólicas, en demasiadas ocasiones, acogidos con mofa y aquiescencia desde unas redes sociales que alientan actitudes mezquinas sin mancharse en exceso. Y es que la presencia digital ha modificado aquel viejo refrán que tanto repetimos: mejor hablar y demostrar que eres idiota que estar callado y solo parecerlo.
No por rutinario deja de ser alarmante. La defensa del pluralismo político sigue siendo uno de los principales desafíos a los que se enfrentan las democracias liberales. Más allá de las siglas partidistas o de las diversas aspiraciones ideológicas, el antipluralismo se ha convertido en una dinámica transversal y está alimentado por un creciente populismo. Porque, en el fondo, son las dos caras de la misma moneda. Los antipluralistas participan de la conversación pública como si sus convicciones fueran infalibles y sus sentimientos absolutos. Tampoco les importan los procedimientos de deliberación que nos hemos otorgado. El campo de batalla son nuestas guerras culturales de cada día. Toda política, como recordaba Lillian Mason, está enraizada en la identidad por lo que no es extraño que la política identitaria sea el necesario correlato de este fenómeno global. En la era del yo autoconstituido las trincheras tribales nos anclan colectivamente y nos permiten subrogar nuestra reputación moral frente a las amenazas externas de lo diferente. Aunque no siempre sea sencillo, democracia y pluralismo deberían conjugarse en presente continuo para evitar futuros escenarios mucho más sombríos.