THE OBJECTIVE
Antonio García Maldonado

Los finales políticos

«Baron Noir hace un retrato profundo y ameno –y en ocasiones trepidante– siguiendo el auge, la caída y la resurrección del político de izquierdas de Dunkerque Philippe Rickwaert»

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Los finales políticos

'Baron Noir'

El fenómeno de las series ha conocido un subgénero especialmente feliz en los últimos años: el de las de temática política. Si, como se dice, hay desencanto y desinterés hacia la política y las instituciones, no es lo que refleja el atractivo que estas producciones despiertan y el debate que generan en redes. Es cierto que suele predominar la visión cínica del poder, muchas veces caricaturizado como coto exclusivo de gente sin escrúpulos, pero es innegable que el teatro de la política genera una fascinación que se resiste a morir a manos de otros temas en teoría más atractivos a las generaciones socializadas con pantallas y apps.

Si la serie Borgen nos mostró con tiempo –sin que tomáramos demasiada buena nota– los entresijos y las claves del multipartidismo y sus lógicas transaccionales en Dinamarca, antes que ella El Ala Oeste nos mostró el funcionamiento de la Casa Blanca y los checks and balances a los que se ve obligado un poder presidencial que, visto desde fuera, parece omnímodo, pero que solo se acerca a ello en la política exterior –como ahora estamos viendo con la decisión personal de Biden de retirar las tropas de Afganistán, sin dar demasiadas explicaciones a sus instituciones–.

Se podrían citar muchas, de distinto tono, desde diferentes géneros y países, pero no hay casi ninguna que no esté marcada por la amargura personal del camino hacia el poder. Bien una amargura explícita por la pesadez de las cargas, de las renuncias y de la exposición pública, bien amargura por la propia obsesión con el objetivo del poder, capaz de trocar con frecuencia la vocación de servicio por una obsesión algo deshumanizadora. Es, desde luego, un terreno fértil para la confusión moral y la dificultad para calibrar medios y fines. Una realidad que muestra especialmente bien la francesa Baron Noir, que en tres temporadas hace una retrato profundo y ameno –y en ocasiones trepidante– siguiendo el auge, la caída y la resurrección del político de izquierdas de Dunkerque Philippe Rickwaert.

A través de él vemos las sempiternas peleas internas, tanto orgánicas como ideológicas de su espacio político, las disfunciones del sistema presidencialista francés, el miedo republicano a la extrema derecha lepeniana o la relación entre París y unos territorios que luchan por no entrar o profundizar en la decadencia. Pero vemos, también, el ingente sacrificio humano de un hombre que produce entre admiración y tristeza: una ambigüedad que recorre todos los capítulos y que despierta ocasionalmente una pregunta ante el televisor: ¿le merece la pena tanto esfuerzo y tantas penurias? Si no, no estaría ahí, nos decimos. Sin embargo, se intuye un personaje esclavo de una vocación fuera de sí que, quizá a esas alturas, tras los sacrificios pasados, es lo único que tiene, y desde luego lo que da sentido biográfico a todas sus renuncias previas. ¿Cuándo parar? ¿Para hacer qué? No debe de ser fácil dar ese paso que tan alegremente exigimos a muchos líderes políticos, por más justa que sea a veces esa petición.

Tolstoianamente, se podría decir que todos los éxitos políticos se parecen, pero que las caídas se producen cada una a su manera. Eso se ve en Baron Noir, y especialmente en el tristísimo final de Nick Wasicsko, joven político norteamericano y exalcalde de Yonkers, Nueva York, en la extraordinaria Show me a hero, de David Simon y Paul Haggis. Ante ese, ¿y ahora qué?, algunos no parecen saber encontrar respuesta. No en vano, el título de la serie remite a una frase de Scott Fitzgerald, otro conocedor de los finales infelices: «Muéstrame un héroe y te escribiré una tragedia».

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