THE OBJECTIVE
Matias Costa

Los secretos sepultados

En Marianna, una pequeña localidad del condado de Jackson, reposaban ayer mismo los restos óseos envueltos en una gran bolsa de plástico negro, en medio de un paisaje apacible que subrayaba lo siniestro de la escena

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En Marianna, una pequeña localidad del condado de Jackson, reposaban ayer mismo los restos óseos envueltos en una gran bolsa de plástico negro, en medio de un paisaje apacible que subrayaba lo siniestro de la escena

 

Algunos recuerdos se apilan unos sobre otros, como papeles pendientes en una oficina. Cada nueva pila va enterrando más profundamente la anterior; pero los recuerdos siguen ahí, basta con ir retirando capas de adelante hacia atrás para recuperar lo que creíamos perdido. Sin embargo, hay ocasiones en las que esos recuerdos son incómodos, y una amalgama confusa los cubre hasta sepultarlos en el olvido. Un acuerdo tácito, una oportuna omisión o el siempre gélido miedo impiden desenterrarlos. Pero ciertas cosas, observaba Sebald en su conmovedor relato Los emigrados, tienen como un don de regresar, inesperada e insospechadamente, tras un larguísimo período de ausencia.

Estos días, en Marianna, una pequeña localidad del condado de Jackson, un grupo de antropólogos de la Universidad del Sur de Florida ha comenzado a exhumar tumbas en las que se sospecha que yacen niños que sufrieron torturas y abusos sexuales durante su encierro en el reformatorio Arthur G. Dozier allí ubicado. El centro funcionó desde el 1 de enero de 1900 hasta junio de 2011, cuando el gobierno federal comenzó a investigar estos crímenes. Esta «Escuela para Chicos», como se denominaba oficialmente, llegó a ser el mayor reformatorio de los Estados Unidos a mediados del siglo pasado, «la época más brutal en aquel lugar», según reveló a Los Angeles Times Robert Straley, un ex recluso del centro. Según este testimonio, hay al menos cien cuerpos enterrados en las inmediaciones del lugar, en cuyo registro oficial muchos de ellos figuran como «chico negro no identificado».

Siempre me ha parecido escalofriante el modo en que una comunidad se pone de acuerdo, explícita o implícitamente, para ocultar las heridas con la misma ferocidad con que fueron abiertas. El cineasta Thomas Vinterberg, uno de los integrantes del movimiento Dogma, reflejó con crudeza estos ocultamientos colectivos en la película Celebración, en la que una reunion familiar deviene en delirio grupal cuando uno de los hijos acusa al honorable padre de haber abusado sexualmente de sus vástagos, y el clan al completo lo trata como a un loco hasta el punto de encerrarlo y amordazarlo para no tener que escuchar la dolorosa verdad.

En Marianna, ayer mismo, en una vieja camilla plegable, como de hospital de guerra, reposaban los restos óseos envueltos en una gran bolsa de plástico negro, en medio de un paisaje apacible que subrayaba lo siniestro de la escena. Probablemente, como suele ocurrir al descubrirse los secretos sepultados, saldrán otras voces para contar su caso y desvelar sus propias heridas hasta ahora inconfesables, para que al nombrarlas comiencen, por fin, a cicatrizar.

 

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