THE OBJECTIVE
Beatriz Manjón

Mucho ruido y pocas luces

Contaba Camba que los ingleses desprecian al hombre que no bebe porque la sobriedad les parece un estado inmoral. «Con el alcohol se anula el sexo y se anula la inteligencia, las dos cosas por donde más se puede pecar». Viendo lo que ocurre en Magaluf, coincidiríamos en lo segundo.

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Mucho ruido y pocas luces

Contaba Camba que los ingleses desprecian al hombre que no bebe porque la sobriedad les parece un estado inmoral. «Con el alcohol se anula el sexo y se anula la inteligencia, las dos cosas por donde más se puede pecar». Viendo lo que ocurre en Magaluf, coincidiríamos en lo segundo.

Contaba Camba que los ingleses desprecian al hombre que no bebe porque la sobriedad les parece un estado inmoral. «Con el alcohol se anula el sexo y se anula la inteligencia, las dos cosas por donde más se puede pecar». Viendo lo que ocurre en Magaluf, coincidiríamos en lo segundo.

El problema no es tanto el alcohol y las drogas, como la educación de quienes las consumen. El bebercio, que dirían Faemino y Cansado, ha sido para muchos genios como el Interviú para las grandes hermanas, indisociable. Claro que hay drogas que alienan —algunas se ingieren incluso sin saberlo—, pero si los jóvenes que van a Magaluf fueran T.S. Eliot al menos tendríamos poemas haciendo balconing. Tampoco se les puede recriminar que no vengan a tomar el té de las cinco. Decía Mark Twain que le gustaría vivir en Manchester porque la transición entre vivir allí y estar muerto sería imperceptible. «Tenemos el turismo que hay. Queremos cambiar el modelo, pero llevará tiempo», han asegurado los empresarios a «Espejo Público». Con barra libre a cinco euros llevará una eternidad.

Tanta responsabilidad tienen los que caen inconscientes como los que facilitan su caída, incluidos esos padres desconfiados, aunque sin la escobilla de Resines, que se prestan a espiar a sus hijos para un reality. Lo que ocurre en Magaluf, a cuya mala publicidad solo le falta Igartiburu anunciándola como ciudad de felaciones, no dista de lo que pasa en otras localidades, pero del chupitazo sanferminero nadie se escandaliza, pues andan allí los jóvenes como Hemingway, embriagándose para luego escribir fiesta —que fantástica, fantástica, esta fiesta— por whastapp. A quien vaya a Magaluf lo único que se le puede exigir es adoptar la norma de Las Vegas: lo que pasa en Magaluf se queda en Magaluf. Mientras más hablemos, más vendrán.

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