THE OBJECTIVE
José García Domínguez

¿Necesitamos 7.395.000 inmigrantes nuevos en España?

«La primera pregunta que a cualquiera se le ocurre tras acusar recibo de ese deseo gubernamental es la de para qué necesita España que vengan siete millones largos de inmigrantes legales, a los que habrá que sumar otro número notable de irregulares»

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¿Necesitamos 7.395.000 inmigrantes nuevos en España?

Juan Carlos Hidalgo | EFE

En el marco de la presentación de ese proyecto llamado España 2050 y sin que nadie haya dado todavía señales de haberlo entendido, el presidente del Gobierno acaba de anunciar el propósito oficial de que nuestro país atraiga a 7.395.000 nuevos inmigrantes para que se instalen aquí de forma permanente. Que no otro resulta ser el resultado de multiplicar 255.000, el saldo anual neto de extranjeros que el Ejecutivo ansía alojar entre nosotros, por los 29 años que todavía nos separan de ese horizonte 2050 al que apela el proyecto. Siete millones largos, por lo demás, no es una cifra grande. Siete millones largos es una barbaridad. Y de ahí lo muy asombroso de que aún ninguna fuerza política se haya pronunciado al respecto. Porque la primera pregunta que a cualquiera se le ocurre tras acusar recibo de ese deseo gubernamental es la de para qué necesita España que vengan siete millones largos de inmigrantes legales, a los que habrá que sumar otro número notable de irregulares. Sí, ¿para qué? Y es que de la lectura del documento no se extrae ninguna conclusión clara al respecto. Al contrario, se apela de modo vago a que resultará perentoria su arribada «para sostener la economía». Y, al tiempo, se nos recuerda que la anterior gran ola migratoria de trabajadores poco o nada calificados procedentes de países en vías de desarrollo, la que se produjo durante los mandatos de Zapatero y Aznar, «no aumentó el desempleo». Algo cierto, pero que también se podría explicar de otro modo.

Por ejemplo, rememorando que, entre 1995 y 2007, nosotros solos, los españoles, creamos uno de cada tres puestos de trabajo que produjo la Unión Europea en su conjunto. Uno de cada tres, sí. Fuimos los campeones del mundo en creación de empleo. Media Centroamérica encontró empleo en España durante aquella época. Y también medio Magreb, entre otros medios oriundos del Este. Muy bien, creamos empleos en España para medio Tercer Mundo, pero nuestro propio nivel de desempleo nacional jamás bajó durante aquellos años, los presuntamente dorados, de 1,8 millones de personas. ¿Cómo entenderlo? Pues de un modo muy simple: decidimos especializarnos en producir empleos que ningún español quisiera ocupar por su escasa calidad, ínfima retribución e inexistente capacidad formativa. He ahí todo el misterio del asunto. ¿Y ahora Pedro Sánchez se propone repetir el mismo modelo, solo que corregido y aumentado con siete millones largos de extranjeros extracomunitarios? ¿Pero qué sentido económico tiene ese disparate? ¿O es que alguien se puede tomar en serio la fantasía quimérica de que esos pobres inmigrantes carentes de la más básica acreditación académica van a ser quienes costeen nuestras pensiones dentro de 30 años? 

Fantasía quimérica, sí, porque esa gente va a ganar el sueldo mínimo, y eso en el mejor de los casos, cuando llegue aquí, al modo de lo que ocurre con sus iguales que les precedieron. Y no hay sistema de pensiones -ni estado del bienestar- que se sostenga en pie con una proporción tan grande de sus cotizantes aportando cada mes contribuciones de miseria a sus arcas. En Alemania, por ejemplo, y a pesar de sus 2,5 millones de turcos, solo es mileurista uno de cada seis cotizantes. En España, en cambio, lo es uno de cada tres. Pero es que si arriban esos siete millones muy largos que pretende Sánchez, entonces no será ya uno de cada tres, sino dos y pico de cada tres.  ¿O acaso alguien supone que esa nueva inmigración masiva poseerá una cualificación técnica significativamente superior a la habitual en oleadas previas? Los viejos partidos herederos de la tradición socialdemócrata se están extinguiendo en todo Occidente, y en gran medida por ese asunto, el de la inmigración masiva y nada cualificada que, también en todas partes, crea una competencia desigual por el acceso a las ayudas sociales entre los autóctonos más necesitados y los recién llegados, el grueso de ellos en situación de pobreza absoluta. Algo que la derecha, y también en todas partes, está aprovechando para arrebatar a la izquierda no sólo sus banderas tradicionales, sino sus propios votantes ¿Nadie en la sala de máquinas del PSOE habrá reparado en las consecuencias de esa idea?

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