THE OBJECTIVE
Manuel Aguilera

No puedo con el rancio folclore

Reconozco que me salen sarpullidos cada verano cuando veo como se reivindica en imágenes la tomatina de Buñol como algo que mostrar al mundo. Y ¡cómo no! los Sanfermines.

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No puedo con el rancio folclore

Reconozco que me salen sarpullidos cada verano cuando veo como se reivindica en imágenes la tomatina de Buñol como algo que mostrar al mundo. Y ¡cómo no! los Sanfermines.

Tengo un amigo que me llama antiespañol desde que me vine a vivir a Estados Unidos. Mi reiterada crítica en la redes sociales a determinadas tradiciones patrias le parecen una deslealtad y una prueba de que en el Imperio –tan denostado por los españoles- me están lavando el cerebro.

Puede que tenga razón porque cada vez frecuento menos las asociaciones y organismos españoles de Miami por su afición a una forma de rancio y decadente folclore. Cuando no te invitan a un cocido madrileño a cuarenta grados a la sombra, te convocan a un acto subversivo con Reyes Magos y roscón para hacer la competencia a Santa Claus, o a un campeonato de mus, juego de cartas sin ningún glamour que nunca he practicado.

Reconozco que me salen sarpullidos cada verano cuando veo como se reivindica en imágenes la tomatina de Buñol como algo que mostrar al mundo. Y ¡cómo no! los Sanfermines. Siento más empatía con los despistados e inocentes toros que con los corredores, muchos de ellos impulsados por la gasolina del alcohol.

Este año para más honra de Hemingway y los amantes de la fiesta pamplonica, la cadena estadounidense NBC ha comprado los derechos de los encierros. Más cuerno, más tópico y más folclore.

El año pasado, en Semana Santa, me llegó un SMS de una española excitada por la presencia de Los del Río en una procesión en Miami. Convocaba a la colonia cañí a un acto tan imperdible como increíble.

Quizás la lejanía de tu país provoque la idealización de tradiciones que de haberte quedado en tu país ignorarías. Desde luego que no es mi caso y hace poco contesté de malas formas a un madrileño que pretendía que mis hijos y yo nos vistiéramos de chulapos para un simulacro de verbena de San Isidro en Coral Gables. Definitivamente, no puedo con el rancio folclore.

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