Coróname otra vez
«Arrasar una institución milenaria como la corona con argumentos hipócritas es como derribar catedrales góticas con el pretexto de construir viviendas de protección social»
Creo haber leído en algún papel que un puñado de socios de Sánchez ha llevado a proyecto gubernamental la anulación del título de rey. Me parece estupendo que 10 o 2o cerebros fosfóricos quieran enmendar la vida de 47 millones de españoles mediante las propuestas más pueriles. ¿Qué quieren? ¿A quién benefician? Es un modo de destruir la imagen seria y digna de los representantes públicos (si la hubiere), reducidos por estos partidos de iluminados a una solemne fantasmada. No hará falta cargarse la Constitución: si Sánchez continúa dando cada día más poder y dinero a estos inútiles, el aparato del Estado, como el obús según el instructor de la mili, caerá por su propio peso.
¿Qué sabrá esa gente lo que es o en qué consiste un rey o la institución regia? Para ellos es como cambiar la coleta por las rastas. No es necesario ser monárquico para entender que esa institución tiene detrás una montaña de siglos que invitan a la reflexión y solo un analfabeto puede creer que el cambio de régimen trae la felicidad a los pueblos. ¿Qué fue sino un cambio de régimen la toma del poder por parte de Francisco Franco? ¿Y no era el régimen franquista algo más próximo a una república (por ejemplo, chavista) que a una monarquía europea?
Tenemos la suerte de albergar en nuestro patrimonio filosófico y literario a una figura descuidada y olvidada, como casi todos los españoles que han hecho algo interesante en sus vidas. Me refiero a Juan de Mariana, cuyo tratado De Rege et regis institutione (1599) figura entre lo mejor y más perseguido de la ciencia política europea del Renacimiento. A Mariana, que era un hombre colérico y de origen bastardo, le persiguió toda la vida un descomunal deseo de justicia. En su tratado razona sobre el regicidio y lo aprueba, siendo así que el rey no puede obrar injustamente si quiere evitar su ejecución. Pero cuando Ravaillac asesinó a Enrique IV, las protestas que hasta entonces habían sido cosa de letrados, cortesanos y profesores de la Sorbona se extendieron a la corte francesa y el libro fue quemado públicamente en 1610 engrosando el número de españoles dignificados por la hoguera. Habría que pensar en un parque de grandes españoles achicharrados en la pira de los fanáticos.
Si por lo menos nuestros parlamentarios humeantes tuvieran el talento de Mariana aún podríamos discutir con ellos sobre el tiranicidio, asunto de gran enjundia, pero jamás lo leerán. Ellos se lo pierden, porque hay al comienzo una descripción del campo de Talavera digna de Luis de León y les ayudaría a que regaran sus secos sesos. Siempre a propósito de grandes reyes, ahora celebramos que hace 800 años nació el rey Alfonso X, llamado El Sabio, y como no imagino a nuestros políticos leyendo un libro, que lean por lo menos el notable número de la revista Ínsula dedicado a este monarca, a ver si entienden que, si bien hay reyes nefastos como Fernando VII, llamado El Felón, los hay de muy respetable estatura intelectual, como el autor de las Cantigas de Santa María.
Coincidiendo con la celebración del Sabio, la Biblioteca Castro edita en diez volúmenes la General Estoria, un empeño colosal que había de contar la historia del mundo desde la creación hasta el propio Alfonso. No llegó tan lejos, se quedó en César y Pompeyo. Este monumento del rey Sabio no se había visto impreso desde la Edad Media. Así que unos sacan brillo y toman consejo de la sabiduría de los siglos y otros pretenden enterrarla porque les da miedo.
Arrasar una institución milenaria con argumentos hipócritas es como derribar catedrales góticas con el pretexto de construir viviendas de protección social. La voladura de varios milenios de sabiduría y grandeza no debe dejarse en manos de gente inmadura apenas educada.