THE OBJECTIVE
Félix de Azúa

¿Qué será, será?

«La gran banalidad del poder identitario tiene sus días contados. ¿Qué lo sustituirá? Esa es la incógnita que los políticos sensatos deben adivinar»

Notas de un espectador
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¿Qué será, será?

Erich Gordon

Los actuales conflictos sociales, a los que tantas veces me he referido en este lugar, son poco conocidos, aunque enormemente populares. Conflictos de identidad, de raza, de género, de opción sexual, de uso lingüístico, de post colonialismo, de clima, de trato animal, de nacionalismo, en fin, todo el orfeón de fisuras que se han ido produciendo en el Estado contemporáneo heredero de la Segunda Guerra Mundial.

En parte, la gente de mi edad reaccionamos con irritación porque nosotros mismos fuimos los introductores de algunas de las doctrinas que están en el origen de la actual estupidez moralizante. Fue mi generación la que difundió en España la obra de Foucault, de Derrida, de Deleuze y demás teóricos franceses, más algunos adláteres europeos como Negri. Fue mi generación la que cambió el ideario izquierdista clásico, la lucha de clases, el motor del proletariado, la internacionalidad, por el que poco a poco se ha ido sedimentando como el ideario post revolucionario, o simplemente post moderno.

Algunos autores, como Shmuel Trigano, lo vinculan decididamente a la aparición de la Unión Europea, de donde saltaría a los campus universitarios americanos para convertirse en herramienta del poder. En la Unión Europea las naciones se han debilitado en favor de un poder supranacional y las identidades clásicas han sufrido un desplazamiento hacia identidades singulares o particulares. Uno ya no es español, sino mujer, transexual, independentista, colonizado o animalista.

«A la UE le falta mucho para conseguir una verdadera unificación»

Evidentemente este proceso está todavía en sus principios. Por ejemplo, aunque parece que la supranación es la Unión Europea, sin embargo, los habitantes de esa entidad usan como lengua común el inglés, siendo así que los ingleses son precisamente los únicos que se han separado del organismo. Ellos todavía se mantienen fieles al viejo modelo identitario nacional, ellos son británicos y no son europeos más que de un modo metafórico. Eso indica que a la UE le falta mucho para conseguir una verdadera unificación, no sólo por los restos de nacionalismo agresivo que aún se revuelven entre los húngaros o los ingleses, sino también por los partidos de extrema derecha separatistas de todas las naciones europeas, y los hay por decenas.

Si bien somos los viejos europeos los que tenemos mayor conciencia del proceso que nos ha llevado desde la definición clásica del ciudadano a la actual del militante identitario, las generaciones más jóvenes parecen tomar la transformación con indiferencia. Ni a favor ni en contra. Lo admiten como los efímeros fenómenos espectaculares: ayer era Beyoncé, hoy es Rosalía, mañana nadie sabe. Es posible que, entre ellos, entre los jóvenes, algunos estén afilando armas contra los centros de poder de los movimientos identitarios: la universidad, los medios de información, las cadenas de entretenimiento, las redes sociales. Algunos jóvenes, sin duda, habrán desarrollado o estarán desarrollando un pensamiento crítico contra el actual poder identitario, del mismo modo que lo desarrollamos nosotros contra el poder comunista.

Lo que es seguro es que la gran banalidad del poder identitario tiene sus días contados. Por su propia naturaleza, desprovisto de todo juicio racional, sin proyecto alguno común, agente de una pura desintegración social, lo identitario se devora a sí mismo. ¿Qué lo sustituirá? Esa es la incógnita que los políticos sensatos deben de irse preparando para adivinar. El horizonte siempre está más cerca de lo que ven nuestros ojos.

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