THE OBJECTIVE
Cristina Casabón

Occidente, un culpable casi perfecto

«La alternativa a la policía cultural es la cultura humanista, la tradición, la apuesta por la civilización occidental y el pensamiento liberal»

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Occidente, un culpable casi perfecto

Chairman of the Joint Chiefs of Staff

El traductor catalán del poema de la escritora y activista estadounidense Amanda Gorman ha dicho que lo han destituido como traductor porque tenía el «perfil» equivocado. Idealmente, para traducir a Gorman debería ser «mujer, joven, activista y preferiblemente negra». A muchos estas exigencias nos han pillado desprevenidos. Para estos discursos neofeministas, antirracistas y poscolonialistas, el color de la piel y la condición occidental suponen un problema.

 Todo esto tiene sus raíces en una disciplina académica conocida como «teoría crítica de la raza», que toma elementos de Hegel y Marx, junto con posmodernistas franceses como Foucault y Derrida, para armar una cosmovisión que, en su vertiente posmoderna, ha puesto el foco en los sistemas lingüísticos y sociales y, por lo tanto, tiene como objetivo deconstruir discursos, detectar sesgos implícitos y contrarrestar las supuestas actitudes racistas subyacentes.

 Pascual Bruckner, en su último libro, Un coupable presque parfait, comenta que estas teorías han regresado, como un boomerang, desde Estados Unidos a Francia: «Desde el fin de la historia hasta la teoría de género y el choque de civilizaciones, Francia vuelve a convertirse en el infeliz laboratorio de ciertas quimeras norteamericanas». Términos como «antirracismo», «justicia social» «equidad racial», se han convertido en el lenguaje omnipresente, paradójicamente, en aquellos países occidentales donde hay más multiculturalismo y diversidad racial. «Si Estados Unidos presagia el futuro del mundo occidental, el nuestro es sombrío. Y el suyo aún má, dice Bruckner.

Hay una Francia en sepia que llora la pérdida de la homogeneidad, y que autores como Finkielkraut o Bruckner han abordado en exigentes ensayos que reivindican que la cultura occidental debe ser conservada con firmeza y transmitida sin vergüenza. «¿Le tienen miedo al extranjero? ¿Se cierran al Otro? No, sienten que van convirtiéndose en extranjeros en su propia tierra», explica Finkielkraut. A muchos franceses se les enseña que el racismo es prejuicio más poder, por lo tanto, solo los blancos pueden ser racistas, pero paradójicamente, vemos como ahora toda esta teoría crítica está poniendo la raza como elemento diferenciador y excluyente.

Occidente tiene todas las papeletas para convertirse en el culpable ideal, dice Bruckner. Para tres de estos discursos, el neofeminista, el antirracista, y el poscolonialismo, el culpable perfecto ahora es el hombre blanco. Además, la cultura occidental es más débil que nunca. Ahora es el momento de ajustar cuentas. «Nada excita más la rabia que un hombre caído. Ya odiado por su antiguo dominio, Occidente ahora es despreciado por su declive», dice el autor francés.

Hay muchas críticas generales y liberales que se pueden hacer contra los teóricos críticos y en defensa de la cultura occidental. Sin embargo, en lugar de poner el foco en las ideas radicales que circulan y en cada uno de estos nuevos conceptos, quizás sea más relevante pensar cómo afecta a nuestra cultura. El humanismo, que sienta sus raíces en Europa, cuenta cada vez con más enemigos declarados. Ahora debemos someternos a las modas identitarias y las normas y sobrerregulacion de las conductas del mundo que viene o buscar una alternativa. La alternativa a la policía cultural es la cultura humanista, la tradición, la apuesta por la civilización occidental y el pensamiento liberal. Desde ahí es desde donde la cultura puede derribar al dogmatismo antiilustrado y radical.

No nos engañemos. La civilización occidental es cada vez más frágil; parece vivir un periodo de irreversible decadencia y declive cultural y moral. Solo un puñado de conservadores y liberales se hacen cargo de este problema. Finkielkraut escribió en La identidad desdichada que los europeos «debemos combatir la tentación etnocéntrica de perseguir las diferencias y de erigirnos en modelo ideal sin por ello sucumbir a la tentación penitencial de desprendernos de nosotros mismos para expiar nuestras culpas () Nuestra herencia, que no nos convierte, es cierto, en seres superiores, merece ser preservada y conservada». Los problemas de nuestras sociedades, que cada vez cuentan con más enemigos declarados, han de resolverse con el diálogo, y debate social, no con la cultura de la cancelación.

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