THE OBJECTIVE
Paco Segarra

Cadáveres y propaganda

Una sociedad que no tiene viva conciencia de la muerte es una sociedad tremendamente dócil

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Una sociedad que no tiene viva conciencia de la muerte es una sociedad tremendamente dócil

Apareció ayer este diario prácticamente lleno de muertos. Así es la vida, valga la cotidiana antítesis.

Cada día mueren en el mundo unas 151.200 personas. Sobre 55 millones de cadáveres cada año. Ésta es nuestra condición final, la más cierta e inexorable. No debería escandalizar a nadie que lo recuerde. Sin embargo, una sociedad que no tiene viva conciencia de la muerte es una sociedad tremendamente dócil. Los ilustrados que promovieron ese cataclismo genocida que fue la Revolución Francesa lo tenían claro y por eso alejaron los cementerios de las ciudades; y por eso, hoy, a los moribundos se les aísla en áreas de cuidados paliativos y en hospitales, fuera de la vista del respetable público, no vaya a ser que se le ocurra pensar –al público, digo.

Hay cadáveres de muchos tipos. Cadáveres desaparecidos por arte de magia, como el de bin Laden o los ‘autores’ de la masacre del 11-M. Cadáveres sodomizados por la OTAN, como el de Muammar Gadhafi, el líder de la que fue próspera Libia. Cadáveres embalsamados, que se dan con frecuencia en líderes totalitarios, remedo freudiano del que fue el primer totalitarismo de la historia: el Egipto faraónico –tenían, incluso, el «ojo de Horus», esa profecía siniestra del Gran Hermano de Orwell, de las cámaras en nuestras ciudades y de Google. Hay cadáveres fabricados, con ‘photoshop’ o sin él, para provocar guerras y lágrimas de cocodrilo. Cadáveres vaciados, como el de J.F. Kennedy, no vaya a ser que hablen después de muertos.

Hay cadáveres ambulantes, como el del asesor español de derechas, que no ha leído a Gramsci, y ni siquiera a Balmes o Donoso, y por eso lleva colgada la etiqueta machadiana del «desprecia cuanto ignora» –no así, no así los intelectuales catalanes y vascos, que sí han leído a Gramsci y a algunos más. (La intelectualidad española, fuera de la izquierda, se refugia hoy, olvidada y silenciada, en pequeños reductos del Tradicionalismo). Hay cadáveres, por fin, del tipo ‘chivo expiatorio’: esos que mueren por el pueblo y reconcilian a enemigos irreconciliables, Herodes y Pilatos. Hay casi cadáveres interrogantes, como el de François Mitterrand, quien preguntó al filósofo católico Jean Guitton sobre el más allá y obtuvo la respuesta correcta: «la Nada o el Misterio». Y sólo hay uno, volviendo al principio, que desapareció porque resucitó. Pero, por supuesto, ya te oiremos hablar de eso en otro momento. Preferimos creer en nuestra propia inmortalidad.

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