Cómo nos hacen sentir

Ahí las encumbramos, como si fueran las mujeres ideales, adoradas y envidiadas, aunque nos neguemos a admitirlo

Ahí las tienen. Mujeres perfectas. O la ilusión de mujeres perfectas, desfilando sobre una pasarela. Hembras de una imposible talla 32 y más de metro ochenta de altura. Mujeres que engullen papel para no engordar y que se nutren con suero en vena para no morir de inanición (lo dijo Kristie Clements, ex editora de Vogue Australia). Mujeres que semanas antes de un desfile en ropa interior se someten a dietas (por llamarlas de alguna manera) aún más duras: dejan de comer sólidos (al principio se alimentan sólo de batidos de proteínas y vitaminas) y después pasan a batidos de huevo en polvo. Cuando faltan 48 horas sólo toman agua. Y en las últimas 12 horas ni eso; dejan que el cuerpo se deshidrate para marcar más aún la magra musculatura que apenas cubre sus huesos. Es la rutina, por ejemplo, que ha confesado Adriana Lima antes de cada desfile de Victoria’s Secret. 

Pero ahí las encumbramos, como si fueran las mujeres ideales, adoradas y envidiadas (aunque nos neguemos a admitirlo) por la mayoría de féminas del mundo occidental (a pesar de que muchos hombres dicen que a ellos les gusta algo más de carne donde agarrarse). Salgan y pregunten (o pregúntense sinceramente a ustedes mismas): ¿se verían mejor con tres o cinco kilos menos? Seguro que hay una aplastante cifra de síes. 

Porque, aunque nos cueste admitirlo, siempre pensamos que bueno, quizá no tan, tan, tan, delgadas como esas huesudas que desfilan sobre la pasarela, pero que si estuviéramos un poquito más delgadas (o con los brazos más delgados, o con menos tripa, o con los muslos más finitos) la ropa nos quedaría mejor y saldríamos a la calle más felices y seguras. 

¿Quién de vosotras no se ha sentido así alguna vez? Bueno, corrijo: ¿a quién de vosotras no le han hecho sentir así alguna vez? Quizá ya es hora de dar un golpe sobre la mesa, ¿no?