Diamantes de miseria
Detrás de cada diamante hay un drama que nos es ajeno. Que no ocupa lugar. Que no brilla ni en un anular, ni en un corazón, ni en un meñique
Detrás de cada diamante hay un drama que nos es ajeno. Que no ocupa lugar. Que no brilla ni en un anular, ni en un corazón, ni en un meñique
Brillan como luciérnagas. Cotizan al alza aún en las crisis. En este caso proceden de Botsuana. Los explotan unos empresarios sudafricanos con sede en Londres. Son bellos, sin duda. Tienen algo epatante, bello. Pero no puedo evitarlo. Tiene un punto demagógico, pero menos. Detrás de cada uno de ellos hay un nadie de los de Galeano.
Desde que me enamoré de Sierra Leona, en plena tragedia, recorriendo su tierra de Kenema a Madina, pasando por Freetown, veo un diamante y pienso en mi amigo Saka, en Chema Caballero y todos los demás. Y en el colega Miguel Gil, y su cuneta, en la que lloré con su hermano Fernando. Recuerdo a los vivos y a los muertos. Porque la realidad es que detrás de cada brillante que nos llega al primer mundo desde la miseria africana hay unas manos que lo han recogido. Y sí, tenía razón Galeano, sueñan los nadie con comprarse un perro y que algún día mágico llueva a cántaros la buena suerte. Pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni mañana, ni nunca. Los ‘nadies’, los hijos de nadie, los dueños de nada, que no son, aunque sean. Que no tienen cara, sino brazos. Que no tienen nombre, sino número. Que cuestan menos que la bala que termina matándolos. Por más diamantes que recojan, estos terminan en un lugar remoto. Y enriquecen siempre a otros, de lejos, y a alguno de cerca, claro.
Hay muchas compañías como De Beers. Hay muchos diamantes. Y detrás de cada uno de ellos hay un ser humano. Que no es nadie. Que se ha dejado la piel para pillarlo. Detrás de cada diamante hay un drama que nos es ajeno. Que no ocupa lugar. Que no brilla ni en un anular, ni en un corazón, ni en un meñique. No hay manos para sacarles de su miseria.
Pero existen. Y te acogen en sus chozas. Y comparten contigo todo lo que tienen. Aunque sean dueños de nada, solo de su corazón, su alma y su sonrisa. O sea, mucho. Pero siguen, y seguirán, ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la vida, jodidos, rejodidos. Entre tanto diamante de miseria.