Los "otros" somos nosotros
Los que han impuesto ese canon de belleza que va cambiando con los tiempos han sido siempre los poderosos
Los que han impuesto ese canon de belleza que va cambiando con los tiempos han sido siempre los poderosos
Todavía tengo alumnos que se quedan boquiabiertos cuando les explico por qué las mujeres que aparecen en la poesía del Siglo de Oro son blancas de piel y tienen un pelo más digno de un anuncio de champú que de un poema de Garcilaso. Porque ya entonces —me ha contestado alguno— los caballeros las preferían rubias. Y es verdad, le he dicho. Pero ese gusto nunca ha caído del cielo. Para vivir a resguardo del sol había que ser muy rica. La gente normal se pasaba el día al aire libre pastoreando rebaños, segando campos o haciendo coladas a la orilla del río. Los pobres nunca han sido sexys, porque nunca han despertado admiración. Los que han impuesto ese canon de belleza que va cambiando con los tiempos han sido siempre los poderosos.
Los estamentos dominantes, las clases altas, las culturas occidentales o los países más ricos de la tierra deciden en cada momento qué es lo bonito y lo feo. Y una vez establecida la norma, siempre tienen la delicadeza de reservar un escalón del podio, una especie de premio de consolación, para la llamada belleza exótica, esa que altera los sentidos tanto o más que la oficial pero sin respetar sus reglas.
Y es precisamente esa palabra —exotismo— la primera que nos viene a la cabeza contemplando a las modelos que desfilan en la semana de la moda de Puerto Príncipe (Haití), de Yuba (Sudán), de Islamabad (Pakistán), de Ahmadabad (India) o de Galle (Sri Lanka). Son los «otros» desfiles de moda. Pero llamándolos así nos resistimos a aceptar la evidencia: que como en otros tantos aspectos, Europa ha dejado de ser un modelo de imitación. El poder y la belleza están ya en otra parte. Los exóticos somos nosotros.