Los platos rotos
Hasta la protección de animales, plantas y objetos provocan más solidaridad que el exterminio de cristianos
Hasta la protección de animales, plantas y objetos provocan más solidaridad que el exterminio de cristianos
África, Oriente Medio, Afganistán… conflictos distintos pero parecidos, con un punto sorprendentemente común: las matanzas y el ensañamiento con los cristianos y la destrucción de las iglesias. Continuamente, con escaso eco y nula reacción, nos llegan noticias de templos quemados con los fieles dentro, de bombas asesinas, de masacres escalofriantes o atentados selectivos con intenciones aleccionadoras. Y, al mismo tiempo, se difunden impúdicas proclamas enorgulleciéndose de ello y prometiendo no parar hasta aniquilar a los que ostentan la cruz. Y lo están consiguiendo, sobre todo gracias al silencio y la pasividad general, pues los que sobreviven se ven obligados –si quieren mantener su fe– a emigrar en las peores condiciones humanas posibles.
No hay apoyos, ni solidaridad, ni condenas a los asesinos, ni movilizaciones, ni gestos elocuentes. Sólo algún aislado y cauto lamento que en nada perturba el continuo y atroz desarrollo de los acontecimientos. Da la sensación de que se trata de calamidades inevitables, muy lejanas, a años luz, y ante las cuales no cabe posibilidad alguna de intervención. ¿Para qué involucrar a nuestras conciencias en algo que no merece realmente la pena?
La casi unánime inhibición, ante los graves hechos descritos, contrasta escandalosamente con las intensas y extensas campañas desatadas en otras situaciones. Basta un amago, real o ficticio, que involucre a un grupo o facción de los considerados oficialmente como “víctimas intocables” para que se desencadene una tormenta mediática de información y opinión, al mismo tiempo que se activan frenéticamente todo tipo de organizaciones. Hasta la protección de animales, plantas y objetos provocan más “solidaridad” que el exterminio de cristianos. Todavía habrá alguien que compasivo diga: “Tal y como están las cosas, alguien tenía que pagar los platos rotos”. Y nos quedamos tan a gusto.