Sobredosis
En España estamos tan acostumbrados a la adulteración de la democracia, que no sé si soportaríamos una dosis menos cortada
En España estamos tan acostumbrados a la adulteración de la democracia, que no sé si soportaríamos una dosis menos cortada
Con la democracia nos puede suceder como a los heroinómanos que mueren de sobredosis. En España estamos tan acostumbrados a la adulteración de la democracia, que no sé si soportaríamos una dosis menos cortada.
No estoy diciendo que la democracia estadounidense sea pura. Pensemos que en su origen la democracia no hacía hincapié tanto en la posibilidad de elegir cuanto en la de presentarse. Su novedad consistió en permitir que cualquiera pudiera ser elegido, cosa que no sucede en España y menos aún en Estados Unidos, donde se necesita tener mucho dinero para contar con posibilidades.
Y sin embargo, la democracia estadounidense conserva algunos restos de verdadera democracia; precisamente los que han estado a punto de llevar al país a la suspensión de pagos y de provocar en el resto del mundo un nuevo descalabro económico.
El primero de estos restos es que el presidente del país no tiene a su disposición todos los resortes del poder, como sucede aquí. Su figura tiene tantos contrapesos, que a menudo le resulta difícil aplicar su programa político.
El segundo es que los representantes de los ciudadanos no están sujetos como en España a la disciplina de partido. Los congresistas se deben exclusivamente a la gente que los ha elegido. Este mecanismo ha permitido a los extremistas del Tea Party mantener hasta el final su compromiso electoral de hacer todo lo que estuviera en su mano para acabar con la reforma sanitaria de Obama.
La situación nos podrá gustar más o menos; pero que se haya llegado a ella indica que la democracia estadounidense, por muy cortada que esté, conserva restos de pureza. ¿Toleraríamos nosotros una sobredosis de democracia? ¿Soportaríamos que el Parlamento fuera la verdadera expresión de la calle, teniendo en cuenta que a veces la expresión de la calle nos puede repugnar?