Fabricantes de luz
No hay temor más universal que el miedo a la oscuridad, ya que los ruidos procedentes de ella podían poner en peligro a la tribu entera
No hay temor más universal que el miedo a la oscuridad, ya que los ruidos procedentes de ella podían poner en peligro a la tribu entera
Aunque uno no esté acostumbrado a convivir con el Sol, las ganas de verlo son ancestrales. No hay temor más universal que el miedo a la oscuridad, ya que los ruidos procedentes de ella podían poner en peligro a la tribu entera. De ahí el temor de los bebés cuando se apagan las luces, o sea, cuando llega la noche.
Si la noche se alarga, la inquietud se intensifica.
Por eso en el pueblo de Rjukan, situado en lo más profundo del valle Vestfjorddalen, se las han arreglado para llevar la mismísima luz del sol directa hasta el centro de su plaza. Varios espejos gigantescos colocados en la montañas que envuelven el pueblo reflejan la luz solar y hacen que un gran foco la ilumine.
En la foto que publicó ayer The Objective, Rjukan parece un gran plató de cine. Me recordó a la pequeña ciudad de Truman, ese lugar de iluminación extraña en el que Jim Carrey pasaba sus repetitivos días felices.
Hasta ahora, los vecinos de Rjukan subían en ascensor hasta una de las montañas cercanas para poder disfrutar, aspirar y hasta beberse los pocos rayos de sol invernal que les llegan entre los meses de septiembre y marzo (y esto no es ninguna película, es real, más que la vida misma). Ya se sabe, beberse el Sol es beber bastante de vida.
Gracias a la magia de los espejos, el pueblo noruego ya ha saciado sus ganas de poder ver el astro rey en invierno. Igual que el cine, que antes de ser cine, también utilizó los reflejos de luz para empezar a crear ilusiones ópticas. Esas mismas ilusiones sirven ahora para hacer más claro un invierno en la plaza del pueblo de Truman –aunque todos sepamos que no es más que un gran rayo de mentira–.