Así terminan todos

En la República Checa, como en España, la cosa apunta a que la desafección hacia los grandes partidos vaya en aumento

El mayor castigo para los apolíticos, para los que no se interesan por la política, es que siempre van a ser gobernados por personas que sí que se interesan, y mucho, quizá en exceso, por la política. O por el poder. Sucede ahora, aquí y en muchos otros países, que el oficio está en descrédito. Se ha convertido en una camisa de once varas para cualquiera con honra, crédito, fama o elevado nivel intelectual. De ahí el auge de formaciones noveles o movimientos ciudadanos de diferente pelaje. Como el movimiento ANO 2011, fundado en la República Checa por el magnate Andrej Babis «para acabar con una pseudodemocracia», que se puede convertir en la segunda fuerza del país tras las elecciones de hoy y mañana, según apuntan los sondeos.

Para acercarse a una cosa, en ocasiones, hay que alejarse. Lo malo de tanto malo que hay en los partidos es que si la peña sigue marcando distancia, puede suceder que algunos no regresen nunca. Como si se fueran a comprar tabaco. Mi partido ha sido siempre el de los que no están seguros de tener razón. Pero nunca había vivido, respecto a los políticos y sus partidos, tiempos de tanta desolación.

No conozco al tal Babis. El nombre de su movimiento, leídas las siglas en castellano, no suena bien. Pero en la República Checa, como en España, la cosa apunta a que la desafección hacia los grandes partidos, las formaciones tradicionales, vaya en aumento. Quizá si quienes controlan férreamente los aparatos se dieran cuenta, estarían a tiempo de remediar el desastre. Pero no les interesa. Me recuerdan a Tony Soprano, mi Gandolfini favorito, ese gánster de película, cuando decía aquello de “mi padre estaba en ello, mi tío estaba en ello, mis amigos estaban en ello; tal vez sea demasiado vago como para hacer otra cosa”. Y así terminan todos.