Vivir en la basura
No es casualidad que la suciedad destruya el ecosistema marino y nadie pague lo que merece y que al mismo tiempo desborde las calles
No es casualidad que la suciedad destruya el ecosistema marino y nadie pague lo que merece y que al mismo tiempo desborde las calles
Cada vez que un funcionario público es denunciado por corrupción, por atropellar a la ética o por burlarse de su país, resulta bastante frecuente compararlo con la basura. Suele ser la imagen más empleada y gráfica para describir los turbios manejos y la incongruencia política y judicial, por lo demás tan frecuentes. Pero lo vivido en los últimos días en España ha resultado tan absurdo que escapa del terreno de la metáfora, y la basura se ha vuelto una realidad muy concreta.
Durante las últimas dos semanas, por la huelga de las empresas concesionarias de limpieza pública, quienes vivimos en Madrid hemos debido aprender a caminar esquivando montones de inmundicias que rebalsaban los basureros y llenan las calles, convertidas por las recientes lluvias de invierno en inmensas alcantarillas. Ojalá el fin de la huelga resuelva de inmediato ese problema.
Por si esto fuera poco, en una decisión francamente insólita, la audiencia provincial de A Coruña exculpó a los principales implicados en el naufragio del Prestige, que contaminó las costas gallegas con 77.000 toneladas de combustible, la mayor catástrofe medioambiental en la historia española, cuyo arreglo costó 4.300 millones de euros. Quedaron libres de toda culpa el Estado y las empresas vinculadas al barco, y solo fue condenado benignamente el capitán del barco, el anciano Apostolos Mangouras.
Que ambos hechos tan graves hayan coincidido debería ponernos a pensar. No es casualidad que la suciedad destruya el ecosistema marino y nadie pague lo que merece y que al mismo tiempo desborde las calles. Como nunca, la metáfora de la basura resulta útil para describir lo que ocurre en las tripas de las clases dirigenciales, y la necesidad de una buena limpieza.