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Sea como sea, necesitamos saciar nuestra adicción a las noticias, buenas o malas. Una adicción que cada vez saciamos menos con los periódicos
Sea como sea, necesitamos saciar nuestra adicción a las noticias, buenas o malas. Una adicción que cada vez saciamos menos con los periódicos
Los editores de periódicos tuvieron desde el principio un reto aparentemente difícil: hacer que la lectura de una recopilación de malas noticias -porque eso suele ser un periódico- se convirtiera en un hábito agradable. Lo consiguieron: mucha gente evoca el momento de la lectura del periódico de papel, con el café, como un ritual placentero, un momento de rara paz.
Sin embargo, esos empresarios tenían una ventaja de su lado. Mucho antes de que se inventaran los periódicos, la gente ya era adicta a las noticias. En las sociedades previas al periodismo -que nació de manera moderna en el siglo XVII y llegó a las masas a partir del siglo XIX- había innumerables formas de tener a la sociedad informada, porque la sociedad siempre ha necesitado, compulsivamente, información de todo tipo, la que sea. En algunas tribus, había individuos que tenían como única misión salir por la mañana a buscar novedades a las tierras circundantes y contarlas, de vuelta, por la noche. Las campanadas de las iglesias no eran más que una forma de tener a todo el mundo al día de los nacimientos, bodas, muertes y celebraciones. Tan adictiva es la necesidad de noticias que muchos ingleses del siglo XVI se quejaban de que los hombres en edad de trabajar no producían porque se escapaban a la que podían al café -la mayor herramienta para conocer novedades antes del periódico- para enterarse de noticias.
Por supuesto, a muchos nos sucede esto último, pero en lugar de al café nos escapamos a Twitter. Pero sea como sea, todo esto no son más que formas de saciar nuestra adicción a las noticias, buenas o malas. Una adicción que cada vez saciamos menos con los periódicos. Hasta el punto de que este periódico afirma que no es un periódico.