"Zapatones"
Luis Aragonés, un castizo de verdad, está en lo más alto del olimpo del fútbol español. Se ha ganado el reconocimiento en vida. Un campeón. En muchos sentidos. Hasta en la derrota
Luis Aragonés, un castizo de verdad, está en lo más alto del olimpo del fútbol español. Se ha ganado el reconocimiento en vida. Un campeón. En muchos sentidos. Hasta en la derrota
No me cuesta reconocerlo. Nunca me ha resultado un tipo simpático. No le conozco, pero por su imagen pública es un hombre que no me cae bien. Y escrito esto añado, muy en serio, que siento un formidable respeto por Luis Aragonés, el hombre con el que nació la Selección Española de fútbol que llegó a la gloria con los títulos, abrochada por mi amigo Vicente del Bosque. Ahora parece que se retira.
En la imagen de Jasper Junien aparece, por supuesto en chándal, junto a trece balones en el centro de un campo. Ataviado como seleccionador español. Rodeado de trece balones. En su hábitat natural. Poniendo orden. Pensando. Cavilando. Tiene el fútbol en la cabeza como Fraga tenía el Estado. Parece que esta vez va en serio, con 75 tacos. Hay que creerlo. Aunque como Curro Romero, lleva yéndose mucho tiempo.
Como jugador, aunque pasó por el Real Madrid, Recre, Hércules, Úbeda, Oviedo y Betis, fue un ídolo en el Atlético de Madrid, con el que hubiera sido campeón de Europa, con gol suyo, de no haberse cruzado con Schwrzenbeck, el Bayern y la mala suerte. Como entrenador, aunque ruló por muchos clubs, triunfó en su Atleti. Me cautivó cuando zarandeó a Etoo estando al frente del Mallorca. Y se consagró en la Selección, donde además de jubilar a Raúl, configuró el equipazo del “tiqui-taca” que ganó la Eurocopa de 2008.
Luis Aragonés, un castizo de verdad, está en lo más alto del olimpo del fútbol español. Es de esos deportistas que dejan una obra. Y no son muchos. Y se ha ganado el reconocimiento en vida, como debe ser. Con su talento, su sabiduría, su trabajo y su mala leche. Un campeón. En muchos sentidos. Hasta en la derrota. Eso me ha gustado siempre de él. No es incompatible el reconocimiento a una persona y su labor con la antipatía. De este hombre antipático me gusta hasta su apodo: “Zapatones”. Le va al pelo. Mis respetos y mi admiración. Y si hubiera rematado su carrera fichando por el Real Madrid, y estuvo a punto con Mendoza de presidente, su currículo habría tenido un broche insuperable.