El pulso frío

Actuar desde el cálculo más mezquino puede costarle ahora el cargo, y un lugar en la historia de su país

Desde que el gobierno del presidente Víctor Yanukóvich decidió frenar el acuerdo de asociación y libre comercio que venía negociando con la Unión Europea y debía firmar el 29 de noviembre, Ucrania vive sumida en un torbellino político de consecuencias impredecibles. Mientras escribo estas líneas, miles de personas se acantonan en la plaza de la Independencia para protestar contra esta decisión, contra la represión policial que comenzó hace una semana en ese mismo lugar, y para exigir la dimisión de Yanukóvich.

Entre todas las personas que hablaron hasta ahora, una se llevó las mayores atenciones. Se trata de la hija de la ex primera ministra ucraniana Yulia Timoshenko, encarcelada desde hace tres años de manera arbitraria e ilegal, según una sentencia unánime del Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo. Frente a la multitud que atiborra la ahora famosa ‘Euromaidán’, leyó un texto escrito por su madre, donde demandaba la inmediata salida del presidente.

Al ignorar la sentencia de Estrasburgo y mantener presa a su rival Timoshenko, y echarse para atrás en la carrera por ingresar a la UE —e iniciar en su lugar negociaciones para un acuerdo de asociación estratégica con Vladimir Putin—, Víctor Yanukóvich decidió convertirse en un peón más en el permanente pulso entre Rusia y la UE —y el resto de occidente— que siguió al final de la guerra fría. Actuar desde el cálculo más mezquino, ignorando el humor de sus conciudadanos, deseosos de una integración con la economía y los valores europeos, donde parecen ver un mejor porvenir, puede costarle ahora el cargo, y un lugar en la historia de su país.