Democracia, ¿para qué?
La historia demuestra que en el mundo siempre mandan los mismos. Disfrazan la cosa y hacen creer a las gentes que pintan algo en el juego del poder
La historia demuestra que en el mundo siempre mandan los mismos. Disfrazan la cosa y hacen creer a las gentes que pintan algo en el juego del poder
La historia demuestra que en el mundo siempre mandan los mismos. Digo «mundo» por abreviar, y por no empezar con Súmer, Babilonia, Egipto, Grecia, Roma, China, el Imperio Español, el Británico, la Santa Rusia, Luxemburgo, Liechtenstein, Mozambique, Birmania,… En fin, sigan ustedes, si me hacen el favor. El mundo, en una palabra. Nuestro sufrido mundo. Con la vaina de la democracia -ay, qué risa- sucede que estos mismos que siempre han mandado disfrazan la cosa y hacen creer a los pueblos y a las gentes que pintan algo en el juego del poder. Las elecciones se ganan con mucha pasta y a la gente se la manipula con asombrosa facilidad: bastan unos poquitos intelectuales con buena labia, un tipo ducho en propaganda y unos medios bien engrasados -con dinero y subvenciones, cómo no-. Y así el pueblo será nazi, demócrata, republicano, comunista, chavista, castrista, franquista, independentista o fan de Nelson Mandela, que en gloria esté.
Pero que me vendan la democracia parlamentaria como la panacea universal me da, repito, una risa, o dos. Desde que más o menos se inventó el chisme democrático moderno con la Revolución Francesa y la yanqui, ha corrido la sangre humana como nunca antes en la historia. No hace falta mencionar a genocidas tipo Lincoln o Napoleón. Basta con echar un vistazo a este diario para descubrir estupendas fotos de horrores todos los días. Bagdad es el ejemplo perfecto: tenían a un dictador; ahora tienen una democracia de importación y muchas bombas caseras. Total, nada. ¿Qué son unos cuantos miles de árabes muertos cada año como consecuencia del nuevo orden mundial tan querido por Bush padre y Rockefeller?
De modo que me quedo con la cruda sinceridad de Lenin y lo parafraseo. Porque, como casi todos los genios, en unas pocas cosas tenía más razón que un santo. Y el que no la tenía era el asesino de mujeres y niños, el que arrasó Dresden hasta los cimientos, ese Churchill de las narices, cuando dijo la inmensa idiotez de que la democracia venía a ser el menos malo de todos los sistemas. Fúmese un puro, please, y váyase usted al infierno.