Elogio de los modestos
Virtudes como la modestia tienen una mercadotecnia complicada en estos tiempos. Tiene menos que ver con la represión del yo que con las sabidurías y equilibrios del realismo
Virtudes como la modestia tienen una mercadotecnia complicada en estos tiempos. Tiene menos que ver con la represión del yo que con las sabidurías y equilibrios del realismo
Los hombres no somos gentes muy sutiles: nos deslumbran los coches que se pueden medir en metros de eslora, los currículos maximalizados y esas hebillas que reafirman la presencia genital con un letrero cromado de Hugo Boss. Dicho de otro modo, virtudes como la modestia tienen una mercadotecnia complicada en un tiempo que prima la autoestima antes que el mérito, que urge la conversión de todo alfeñique en un macho alfa y que ha hecho bandera del porque yo lo valgo. Ahí tenemos tanto matarife del coaching, tanto ego de la política como un león rampante y tanto macarra pontifical en Twitter.
Días atrás, un motero español enseñaba su casa con la gestualidad –y el mujerío- de un sultán, y ahora vemos la tortura interior de un Cristiano Ronaldo a quien toda gloria deja insatisfecho. De vuelta a la política, ni una solo de los pasos en falso antologados por Time hubiera tenido lugar de mediar esa vieja noción del saber medirse. Anthony Trollope –gran novelista parlamentario- ya avisaba de que el peor de los escollos para el político era la ambición de la elocuencia. Hoy hubiese dicho que no conviene llenarse de balón.
Tiene su paradoja que no pocos triunfadores de nuestro tiempo respondan a un modelo menos timótico. Los fundadores de Microsoft, de Google o de Facebook pasaron la juventud en un garaje y nunca fueron populares en los bailes de la High School. Los de Apple dieron en estudiar caligrafía. Consta la sorpresa de que tantos premiers británicos –de Major a Douglas-Home y de Atlee a Bonar Law- resultaran tipos borrosos, ajenos a cualquier turboliderazgo. Al final, esa invisibilidad del perfil clerical de un Van Rompuy ha servido mejor para soldar Europa que el hambre de protagonismo de Tony Blair.
En su análisis de los festejos de la victoria en la Segunda Guerra Mundial, David Brooks subraya que la humildad colectiva de los americanos ha sido “coincidente con los mayores éxitos de su historia”. Ahora estamos en otro paradigma, pero hay ejemplos para pensar que la modestia de siempre tiene menos que ver con la represión del yo que con las sabidurías y equilibrios del realismo. Será por algo que los humildes herederán la tierra y hasta el anticarismático Messi puede volver a ganar el Balón de Oro.