Un lugar al que volver
Un buen día usted ya no tiene casa a la que volver, aunque en realidad la casa siga estando donde siempre.
Un buen día usted ya no tiene casa a la que volver, aunque en realidad la casa siga estando donde siempre.
Un buen día usted ya no tiene casa a la que volver, aunque en realidad la casa siga estando donde siempre. Un buen día usted recupera la consciencia de su vida anterior sólo para darse cuenta de que va arrastrando su alma junto a otras miles de almas que serpentean por una vieja carretera hacia un destino incierto. Son sólo unos segundos, que se hacen insoportablemente eternos, hasta que por fin puede volver al vacío de sus pasos. Uno, dos. Uno, dos. Usted huye de la muerte en Sudán del sur, alejándose de los enfrentamientos entre ejército y rebeldes. O de Siria. O de Afganistán. O de Irak. O de Colombia. O de Malí. O de Congo. Usted huye junto a 45 millones de seres humanos, que viven como refugiados en campamentos o centros de acogida, lejos del que un día fue su hogar.
Imagíneselo, por un momento. Todo de lo que está hecha su vida se volatiliza. Sólo puede guardar lo que le quepa en la memoria, cerradito y a buen recaudo para no sentir tanto dolor. Y con suerte, también, un pequeño fardo que arrastrar por los caminos.Son ellos. Pero podría ser usted. ¿Por qué no? Ahora se siente seguro, su país –aunque no perfecto- es su guarida, y protegerlo con cuchillas le parece un mal menor. Son ellos. Pero podría ser usted.
Yugoslavia nos demostró que no hay refugio posible, ni siquiera en esta Europa que nos empeñamos en cerrar con candado. Podría ser una guerra. O una catástrofe natural. El destino siempre está dispuesto a pegar un buen bofetón. Uno, dos. Uno, dos. Derecho, izquierdo. Derecho, izquierdo. Usted se concentran en no perder la cadencia, porque sabe que si rompe el ritmo se quedará ahí de pie, incapaz de dar un paso más, carcomido por los recuerdos de su vida anterior. Por eso sabe que no puede dejarlos pasar. Para seguir caminando. Porque ya no hay hogar al que volver.