Paparruchas de colores
El espíritu navideño siempre me ha parecido un gran misterio: un infinito contenedor de percepciones y sentimientos que cada año nos aventuramos a abrir para experimentar nuevas o repetidas sensaciones.
El espíritu navideño siempre me ha parecido un gran misterio: un infinito contenedor de percepciones y sentimientos que cada año nos aventuramos a abrir para experimentar nuevas o repetidas sensaciones.
El espíritu navideño siempre me ha parecido un gran misterio: un infinito contenedor de percepciones y sentimientos que cada año nos aventuramos a abrir para experimentar nuevas o repetidas sensaciones.
Obligados a la tregua festiva (incluso en Afganistan) nos imbuimos en un estado Alfa de abotargamiento por la Gula y sonrisa congelada. El mundo se detiene en pro de la tradición pagana o religiosa; millones de luces se encienden; cientos de miles de Papa Noeles tocan la campana alentando al consumismo con la excusa de arrancar sonrisa y felicidad de los más pequeños. ¿Paparruchas? Mi pensamiento me lleva muchas veces a desearlo como Mr Scrooge, pero confieso que, aunque cada año lo intento, siempre termino como una araña; atrapada en el bendecido y maldito espíritu navideño.
No enciendo el árbol, ni voy a la misa del gallo; ¿Encender luces? Las justas como justo es mi interés por el discurso del Rey Juan Carlos; más por deformación que valiosa información: por aquello del poder de cambiar las cosas. Y aunque intento despegarme de él, dejar atrás esas tradiciones que destilan obligada felicidad, sigo enganchada a ellas como la fuerza de un magneto. La cantidad de sensaciones y emociones sentida es parecida a uno de esos platos del maestro Ferrán Adriá. Como ingredientes, sensaciones; todas juntas explotan en tu interior sin apenas distinguir ninguna de ellas. A pesar de ello, como cientos de miles atrapada; imbuida en ese espejo multicolor, en esa irrealidad de estrellas colgadas en los árboles, regalos con enormes lazos y reuniones familiares con final a lo Guerra de los Rose. Todas sus luces y sombras quedan compensadas por una milésima de segundo o, varias juntas, en las que miro al cielo o abrazo a mis seres queridos y, sintiéndome niña otra vez, atisbo la razón de ese …Espíritu Navideño y siento paparruchas de colores.