Carpe Diem
Viajé a Pekín hace algunos años para fotografiar a los jóvenes de la generación post Tiananmen.
Viajé a Pekín hace algunos años para fotografiar a los jóvenes de la generación post Tiananmen.
Viajé a Pekín hace algunos años para fotografiar a los jóvenes de la generación post Tiananmen. Aferrados a sus móviles, se manejaban con fluidez en una ciudad de cambios tan vertiginosos que los mapas quedaban obsoletos en cuestión de días.
“China será aún más grande cuando todos seamos ricos”, declaraban desafiantes frente a los periodistas occidentales. Me fascinaba su adaptación al cambio, cada día estaba por estrenar y las reglas se reescribían para cada nueva situación. En China, si necesitas algo a las 4 de la mañana, siempre vas a encontrar a alguien que te lo resuelva. Si hay una posibilidad de negocio en cualquier parte, allí hay un chino para ponerlo en marcha, aún en contra de toda lógica, aún a costa de un esfuerzo sobrehumano.
De algún modo, los chinos han puesto en práctica el Carpe Diem, la máxima del poeta latino Horacio. Los chinos, dispersos por el mundo entero, parecen vivir cada momento como si fuera el último, y en lo que se refiere al dinero, casi todo vale. Según la agencia de investigación de mercado Ipsos, los chinos son los que más identifican el éxito con el dinero y los que más importancia dan a las posesiones materiales. China es un país embarcado en una única gran misión: el enriquecimiento de su población. Para ello, el intercambio social, en lo que se refiere al flujo de capital, se ha adaptado al modelo ultra liberal del capitalismo.
Por contraste, en muchos países de Europa las relaciones se vuelven más inflexibles. De entrada toda gestión es difícil, y lo que se hace de determinado modo “de toda la vida” es prácticamente imposible, ya no de cambiar, sino de pensarlo de otra manera. Hasta para tener hijos el europeo posterga eternamente el momento, porque todo es complicado, porque el presente no cuenta si no hay un futuro asegurado. Europa es un continente de viejos donde nos gusta quejarnos y somos incapaces de ver la transformación que estamos viviendo. Y así se nos van los momentos más valiosos, en la inútil tarea de buscar en nuestro viejo manual qué hacer con lo nuevo que llega y pasa de largo.