Las botas de Juan Gelman
No había leído nada suyo, y cuando lo vi me pareció un poeta muy poco poético, con aquel aspecto de sheriff. Bastó un solo poema
No había leído nada suyo, y cuando lo vi me pareció un poeta muy poco poético, con aquel aspecto de sheriff. Bastó un solo poema
Conocí a Juan Gelman en 1988, en una visita que hizo a la universidad del estado de Nueva York donde yo estudiaba entonces. Vino invitado por su amigo, el poeta y profesor Pedro Lastra, que daba clases allí.
Yo no había leído nada suyo, y cuando lo vi me pareció un poeta muy poco poético, con aquel aspecto de sheriff. Se sentó en un pupitre frente a nosotros, los estudiantes que habíamos acudido a escucharle, y estiró sus largas piernas mientras Lastra lo presentaba. Al hacerlo, las perneras se le remangaron y dejaron al descubierto unas botas vaqueras (gauchescas, habría que decir) de caña historiada, que me encantaron. Me fijo mucho en el calzado de la gente y siento especial predilección por las botas.
Y en esto que Gelman empezó a leer.
Sólo con César Vallejo me había sucedido lo que me pasó aquella noche con Gelman: bastó un solo poema para que yo sintiera por su poesía la misma adhesión emocional que me provocó Vallejo la primera vez que lo leí. Así como los primeros versos de Vallejo se me quedaron grabados para siempre, recuerdo perfectamente el poema con el que Juan Gelman abrió su lectura. Se titulaba ‘Preguntas’, y empezaba así:
“Lo que hacemos en nuestra vida privada es cosa nuestra» dijeron
las Seis Enfermeras Locas del Pickapoon Hospital de Carolina
mientras movían sus pechos con una
dulzura tan parecida a Dios.
Tras la charla, Pedro Lastra nos llevó en su coche a un restaurante. Durante el trayecto hablamos de todo menos de literatura —otra buena señal—, y me atreví a confesarle que estaba tan fascinado por su poesía como por sus botas. A Pedro Lasta, que era muy solemne, no le gustó que mezclara lo sublime de la poesía con lo pedestre del calzado. A Gelman en cambio me pareció que sí.