Erdogan en Berlín
En Berlín ha sido recibido por una canciller Angela Merkel que le ha dicho que es escéptica sobre el ingreso de Turquía en la UE. Podía haberle dicho, sin faltar a la verdad, que hoy es totalmente imposible.
En Berlín ha sido recibido por una canciller Angela Merkel que le ha dicho que es escéptica sobre el ingreso de Turquía en la UE. Podía haberle dicho, sin faltar a la verdad, que hoy es totalmente imposible.
El primer ministro turco Recep Tayyip Erdogan ha ido a Berlín a darse un respiro. A airearse un poco como estadista en las relaciones internacionales. Que no es que le vayan muy bien, porque «a perro flaco todo son pulgas», que dice el refrán. Pero en ningún caso peor que los asuntos internos en Turquía. Es allí donde tiene sus problemas cada vez mayores. Donde tiene que improvisar purgas en la policía, una tras otra, para evitar las investigaciones que revelan que su partido el AKP se ha alejado bastante de los preceptos del Corán sobre honradez y humildad. Donde sus enemigos ya no son sólo los ciudadanos contrarios a esa república islámica que su partido intenta introducir de forma lenta y más o menos subrepticia. Todo indica que, por mucho que utilice ya su inmenso poder, la estrella de Erdogan declina. Y parece que ya se ha dado cuenta hasta él mismo. En Berlín ha sido recibido por una canciller Angela Merkel que le ha dicho que «es escéptica sobre el ingreso de Turquía en la UE». Podía haberle dicho, sin faltar a la verdad, que hoy es totalmente imposible. Aunque nadie vaya a dejar de hacer como si no lo fuera. Son infinitas las interrogantes en Oriente Medio donde Turquía es un estado clave. Como lo es para Europa. Pero a la espera de ver cual será la Turquía después de Erdogan, lo cierto es que el sueño europeo es quimera.