El love affaire que empezó el P. Maciel
El affaire Padre Maciel pasó. Un truculento affaire cuyos detalles ya no sorprenden. Cansinos y tórridos resultan ya los detalles de con quién y dónde durmió, a quién engañó o cuántos hijos dejó.
El affaire Padre Maciel pasó. Un truculento affaire cuyos detalles ya no sorprenden. Cansinos y tórridos resultan ya los detalles de con quién y dónde durmió, a quién engañó o cuántos hijos dejó.
El ‘affaire’ Padre Maciel pasó. Un truculento ‘affaire’ cuyos detalles ya no sorprenden. Cansinos y tórridos resultan ya los detalles de con quién y dónde durmió, a quién engañó o cuántos hijos dejó. Puede haber víctimas cuyo rencor coleccione todavía detalles sórdidos de la vida del muerto a quien deseo, de verdad, que en paz descanse. Porque debió cansarse, y mucho, de una vida con tanta trapisonda y doblez; la que recoge el dicho español de la actitud de «de perdidos al río», y el «ya puestos…»
La pena es perderse el misterio y la historia de amor detrás del estruendo. Porque misterio hay. Decía Chesterton que «uno puede entender el Cosmos, pero nunca el ego; el yo es más distante que cualquier estrella», escribía. No pertenezco a la obra que dejó el Padre Maciel, pero les conozco, y les puedo asegurar que tengo bastante más pistas para entender el ‘misterio’ de lo que hacen, siguiendo en pie, que para entender el misterioso ego que el Misterio escogió – Dios sabrá…- como instrumento para empezarlo todo.
Al final hablamos de amor, eso que nuestra civilización confunde tanto con sexo… y ego. Y la historia de esa legión (que escribo en minúscula para referirme a la cantidad, a gente) es un conjunto de historias de amor por los demás, cautivados por el amor de ese Misterio que se hizo hombre dividiendo en dos la Historia. Lo decía también el gran periodista inglés «haz de tu religión menos una teoría y más un (textualmente) ‘love affaire’». Ese ´love affaire´de Cristo por el Hombre que, a través de tanta trapisonda y escándalo, sigue vivo, porque mira al Autor, no al instrumento. ¿No es acaso un milagro? ¿Hemos dejado la capacidad de sorprendernos sólo para la trapisonda?. Mejor convertir el tórrido título del programa de TV en un grito de socorro: ¡Sálvame!