Voyeurs
La imagen es bonita. Eso hay que reconocérselo. Melosa como un cruasán francés recién sacado del horno y tierna como una edulcorada película Disney. El tren que vemos nos recuerda a tiempos de zares y zarinas.
La imagen es bonita. Eso hay que reconocérselo. Melosa como un cruasán francés recién sacado del horno y tierna como una edulcorada película Disney. El tren que vemos nos recuerda a tiempos de zares y zarinas.
La imagen es bonita. Eso hay que reconocérselo. Melosa como un cruasán francés recién sacado del horno y tierna como una edulcorada película Disney.
El tren que vemos nos recuerda a tiempos de zares y zarinas, con una coreografía perfecta de hielo y nieve que dibuja el tono preciso de blanco sobre rojo y negro para enamorarnos. Puestos ya, imaginamos que en cualquier momento va a bajarse de él una archiduquesa envuelta en pieles y diamantes, seguida por un séquito infinito de esclavos de la Rusia pre comunista.
Es ésta una más de las imágenes de postal que nos deja una cadena de borrascas que están afectando desde hace días al centro y sur de Europa: olas de más de diez metros de altura rompiendo en la costa con la fuerza de una explosión; temporales de nieve que sumergen en hielo localidades enteras; lluvias que desbordan ríos que inundan cientos de kilómetros cuadrados de infraestructuras humanas. Todo queda precioso a vista de pájaro envueltos entre el sofá y la manta. Pero la realidad, como casi siempre, es más cruda y cruel. La realidad apenas se intuye en el Reino de la piruleta; el temporal no es una película de dibujos animados sino algo parecido al infierno en la Tierra.
Y entonces entrecerramos los ojos cuando vemos que la ola se lleva mar a dentro a un chico que paseaba por el espigón, o a esas familias achicando barro y penas de sus casas, o a esos agricultores que se lamentan entre cosechas perdidas. Pero su desgracia, sus desgracias, se pierden entre la espectacularidad que ni siguiera Hollywood es capaz de ofrecernos; porque aquí sabemos que lo que estamos viendo es real. Que esa ola mata. Que esa nieve destruye. Que ese agua ahoga.
La fuerza devastadora de la naturaleza transmitida a distancia nos convierte en voyeurs pretendidamente dignos de la desgracia humana. No me vaya a comparar usted con esos que ven realities televisivos, hombre, no me vaya a comparar.