Devotos ateos en busca del alma rusa
Me pregunto si estamos en una crisis cíclica o en una decadencia. Cada vez estoy más cierto que estamos inmersos en las dos.
Me pregunto si estamos en una crisis cíclica o en una decadencia. Cada vez estoy más cierto que estamos inmersos en las dos.
A menudo me pregunto si estamos en una crisis cíclica o en una decadencia. Cada vez estoy más cierto que, vengan o no ‘brotes’ verdes u otras analogías de túneles y luces, estamos inmersos en las dos. Es innegable que la ‘crisis de Ucrania’ es más seria de lo que aparenta. Pero es innegable también la ceguera occidental, la de la vieja Europa, para ver las causas profundas de un orden mundial en el que Europa no sabe muy bien quién es, qué nos une y para qué. De hecho esta ceguera decadente europea es obvia para ‘el alma rusa’.
Ucrania es quizá la República que vivió más directamente la crueldad, los frutos de sangre, de la planificación soviética. Ni en África ha habido las masivas muertes de hambruna (4 millones de personas en una oleada) en medio de mares de trigo y otros cereales que habían sido el granero de Rusia y se se habían convertido en un experimento social fracasado. Hoy es un país dividido, pero con conciencia de país. Curiosamente, un 55% de la población se considera directamente atea, repartiéndose el resto del porcentaje en confesiones cristianas ortodoxas. Pero hay más, esta «fe» atea, esto es, no escéptica sino convencida, con seguridad herencia de la cultura soviética impuesta desde 1917, se asienta sobre la mayoría de la población que tiene puesta su mirada en Rusia. Es más, en ‘el alma’ rusa. Atrae. Es esperanza de un alma buscando cuerpos perdidos.
El ‘alma rusa’ mira Europa como a una democracia hueca, que ofrece urnas en las que no hay nada que valga la pena votar. Lo que el ‘ilustrado’ europeo ve como progresía, por ejemplo, en la redefinición del matrimonio para igualarlo a las uniones del mismo sexo, el ruso, el alma rusa, y Putin lo sabe, lo ve como un síntoma de decadencia. Cuando en Europa Escocia pierde la seducción de Britannia, algo está pasando. Cuando Cataluña quiere volver a 1714 sin ver lo que pasa cuando Crimea juega con estupideces como el «derecho a decidir», algo se hunde. Sobre todo, cuando nadie lo ve. Decía Toynbee que la decadencia empieza en un gobierno cuando empieza a preocuparse de cosas poco útiles. El derecho a decidir lo da el juicio y la soberanía para tomarlo. Y mientras en Europa inventamos más acrobacias jurídicas contra natura (como lo era también la planificación agrícola que trajo el hambre a Ucrania), el «derecho a decidir», de verdad, lo tiene el Ejército Soviético.