Humor absurdo
El inclasificable cineasta texano Wes Anderson estrena la farsa El Gran Hotel Budapest, en la que suelta a un reparto de lujo en un imaginario país centroeuropeo.
El inclasificable cineasta texano Wes Anderson estrena la farsa El Gran Hotel Budapest, en la que suelta a un reparto de lujo en un imaginario país centroeuropeo.
Para algunos críticos, es un genio indiscutible. Para otros, un caradura con gracia y algún tornillo suelto. Y al gran público le genera más perplejidad que entusiasmo. Ahora, el inclasificable cineasta texano Wes Anderson estrena la farsa “El Gran Hotel Budapest”, en la que suelta a un reparto de lujo en un imaginario país centroeuropeo, zarandeado por los conflictos de entreguerras. Allí transcurren las rocambolescas andanzas del mítico conserje Gustave H. (Ralph Fiennes) y su nuevo botones Zero (Tony Revolori), al que tutela con cariño casi paternal.
Como en otras películas de Anderson (“Los Tenenbaums”, “Life Aquatic”, “Viaje a Darjeeling”, “Moonrise Kingdom”), domina un humor surrealista y esperpéntico, que se despliega con caótica trepidación entre fascinantes paisajes y decorados color pastel, mostrados esta vez en un formato 4:3 muy retro y al ritmo de la nostálgica música de Alexandre Desplat. Todo ello inspirado —según él— en diversas obras del novelista vienés Stefan Zweig.
A propósito de “La Pantera Rosa 2”, el actor francés Jean Reno me decía que todos los grandes cómicos son sufrientes antropólogos, que destilan su humor tras cargar sobre sus hombros el peso de toda la humanidad. A continuación comprobé que, en efecto, Steve Martin se tomaba muy en serio su trabajo de hacer reír.
En “El Gran Hotel Budapest”, Wes Anderson dibuja personajes entrañables, provoca alguna carcajada en el espectador y lo hipnotiza con su despliegue visual. Pero nunca le conmueve ni le obliga a pensar, como sí hacían Chaplin, Keaton, Lloyd, los hermanos Marx, Jerry Lewis, Woody Allen… Eso sólo lo logró en la excelente película de animación “Fantástico Sr. Fox”, su mejor filme. En el resto, repite un humor absurdo, eficaz a ratos, pero de escaso vuelo. Hasta el humor absurdo debe tener alma. Y el de Wes Anderson tiene un alma pequeñita.