Ley de Murphy
No tenemos conciencia ninguna de nada, esa es la verdad. El tiempo va engulléndolo todo, con una rapidez o lentitud proporcional a la ley de Murphy.
No tenemos conciencia ninguna de nada, esa es la verdad. El tiempo va engulléndolo todo, con una rapidez o lentitud proporcional a la ley de Murphy.
No tenemos conciencia ninguna de nada, esa es la verdad. Pensamos que sí la tenemos, porque como nos levantamos todos los días y la vida sigue, y nosotros con ella arrastrando todo lo que llevamos colgando, la solución de continuidad está servida, pero a nada que echemos un segundo el freno de la reflexión, nos daremos cuenta que de eso nada de nada. No hay más que mirarse al espejo ¿Se da usted cuenta?
El tiempo va engulléndolo todo, con una rapidez o lentitud proporcional a la ley de Murphy, esa por la cual “la probabilidad de que una rebanada de pan untada de mantequilla caiga con el lado de la mantequilla hacia abajo, es proporcional al precio de la alfombra”, pero a pesar de todo, nos negamos a ver que las cosas están cambiando, por el temor real a que cambien.
En Birling Gap, al lado de Brigton, en el sur del Reino Unido, las fuerzas del mar nos han mostrado la estampa de cómo poco a poco con su insistencia van dando bocados a los acantilados hasta que la tierra cae y es diluida por el mar, llevándose casas, cosas y personas si hace falta, porque la tierra, pese a que el ser humano se haya negado a reconocerlo, no cesa de cambiar, y más si los hombres favorecen con sus mierdas el cambio climático.
La tierra es sincera y transparente. Es nuestra falta de memoria la que se olvida del maltrato a la que la sometemos. Parece que el otro día, en el ejercicio de nuestra desmemoria una bomba agazapada bajo el suelo en una zona industrial de Bélgica, ha terminado con la vida de un obrero, y va en busca de la de un tercero.
¿Cómo entiendes que el fruto de una guerra que hubo hace 100 años sigua aún hoy matando a más personas? ¿Cuántas personas han de morir todavía por las guerras que tenemos colgando?