THE OBJECTIVE
Manuel Aguilera

Soy “movilcólico”

Salir sin él a la calle equivaldría para mí a salir sin pantalones. No pueden pasar 5 minutos sin echarle una mirada. Me cuesta mantener conversaciones largas y lo necesito siempre a mi lado para refrescarle y seguir hablando.

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Soy “movilcólico”

Salir sin él a la calle equivaldría para mí a salir sin pantalones. No pueden pasar 5 minutos sin echarle una mirada. Me cuesta mantener conversaciones largas y lo necesito siempre a mi lado para refrescarle y seguir hablando.

Salir sin él a la calle equivaldría para mí a salir sin pantalones. No pueden pasar 5 minutos sin echarle una mirada. Me cuesta mantener conversaciones largas y lo necesito siempre a mi lado para refrescarle y seguir hablando. Esto me ocurre tanto en citas románticas como en reuniones de trabajo. Despierto en mitad de la noche y su luz me desvela mientras reviso las portadas de las ediciones digitales de mis diarios de referencia.

Cuando mi hijo de 7 años juega a imitarme siempre lo hace simulando que tengo uno de estos dispositivos en la mano y que estoy mirando su pantalla con cara de idiota. Noticias, mensajes, llamadas perdidas, Twitter, Facebook, Linkedin y WhatsApp: 24 horas al día 365 días al año. Soy incapaz de recordar cuál fue mi último día sin acercarme a un teléfono móvil, que aquí en Miami, donde vivo, le llaman celular.

Mi nombre es Manuel Aguilera y soy “movilcólico” o “celularcólico” para que le quede a usted claro, independientemente del lugar del mundo donde esté leyendo este post. Ojalá fuera una broma pero es real y la verdad es que no sé cómo manejarlo. Dirijo un periódico y por lo tanto mi profesión no me ayuda a desintoxicarme. Soy un expatriado, alejado de amigos y familia, que recibe muestras de cariño a través de un iPhone.

El teléfono móvil no para de batir récords de usuarios y sumando opciones para diversificar su uso. Quizás ya lo de menos sean las llamadas. Lo que está claro es que para gloria de Steve Jobs ya es una extensión de nosotros mismos.

Les dejo. Tengo que volver a toquetear y a mirar mi teléfono y a seguir poniendo cara de idiota para que mi hijo pueda imitarme con más precisión. Lo triste es que él se maneja con una increíble soltura con estos aparatos y me preocupa que siga los pasos de su padre.

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