El ecologista Noé
De todo hay en Noé, la esperada superproducción del singular cineasta neoyorquino Darren Aronofsky, director de Pi, La fuente de la vida o El cisne negro. Hay gigantes de piedra que parecen escapados de La historia interminable.
De todo hay en Noé, la esperada superproducción del singular cineasta neoyorquino Darren Aronofsky, director de Pi, La fuente de la vida o El cisne negro. Hay gigantes de piedra que parecen escapados de La historia interminable.
De todo hay en “Noé”, la esperada superproducción del singular cineasta neoyorquino Darren Aronofsky, director de “Pi”, “La fuente de la vida” o “El cisne negro”. Hay gigantes de piedra que parecen escapados de “La historia interminable”. Hay vibrantes batallas cuerpo a cuerpo al estilo de las de “El Señor de los Anillos”. Hay violentos cainitas, carnívoros y nihilistas, dignos antecesores del mismísimo Nietzsche. Hay, claro, un aparatoso diluvio universal en 3D estereoscópico. Y hay un Noé vegetariano y ecologista, que tiene el detalle de sedar a los animales que acoge en su arca, y que, al igual que los integristas franceses —André Frossard dixit—, “hace siempre la voluntad de Dios, lo quiera Dios o no”.
De hecho, el intachable patriarca piensa en la película que el Creador quiere destruir a todos los seres humanos, también a su propia familia, que morirá de vieja tras el diluvio. Por eso se enfrenta a su esposa y a sus hijos cuando éstos, con lógica aplastante, le proponen buscar novia antes de navegar hacia lo desconocido. Un planteamiento muy postmoderno ese de asignar al ser humano todos los males que sufre la Naturaleza. Menos mal que el buen Dios obra un maternal milagro, y que la sensata familia de Noé le impide estropearlo.
En todo caso, más allá de sus divergencias respecto al “Génesis”, de su perspectiva más judía que cristiana, de su tendencia a primar lo mitológico y lo existencial sobre lo auténticamente religioso, de sus difusos desparrames oníricos un tanto New Age, de su espeso cóctel de géneros…, el “Noé” de Aronofsky ofrece reflexiones interesantes sobre la realidad del pecado y la gracia. Es decir, sobre la fragilidad y la trascendencia de la naturaleza humana. Una naturaleza humana cuya objetividad es paradójicamente negada por tantos modernos ecologistas.