Las cadenas móviles
Apagar el teléfono, huir de la cobertura, será con el tiempo símbolo de manumisión. De momento, en las escasas ocasiones que podemos lograrlo, se advierte ya ese extraño y sensual placer del pecado.
Apagar el teléfono, huir de la cobertura, será con el tiempo símbolo de manumisión. De momento, en las escasas ocasiones que podemos lograrlo, se advierte ya ese extraño y sensual placer del pecado.
Como se oía en La Zarzuela, hoy los tiempos adelantan que es una barbaridad, o más bien una drogodependencia. El “yo” del siglo XXI es inseparable de su complemento digital, porque tenemos una parte nuestra codificada, y ya nos llaman más veces por nueve números que por nuestro nombre. Allá nosotros, pero esto no puede acabar bien para nadie. Dice el maestro Gómez-Dávila que “la inmoralidad máxima consiste en cualquier contribución al progreso”. Amén.
Los empleados franceses, a partir de ahora, no podrán recibir comunicaciones de sus jefes más allá del horario laboral. Es el primer resultado de la lucha de los sindicatos contra una esclavitud inevitable, porque hemos sido nosotros mismos los que hemos herrado las cadenas virtuales que nos sujetan. También erró -pero sin hache- Orwell, vislumbrando un mundo en el que el poder disponía cámaras en todas las paredes hasta disolver la intimidad de los humanos. Hoy las cámaras que nos controlan son las de nuestros teléfonos, e incluso pagamos un dineral para poder tenerlas de mayor definición. Es como si los negros del Sur se afanasen en conseguir el dogal más apretado de la fila y se enorgullecieran ante sus compañeros por conseguirlo
Apagar el teléfono, huir de la cobertura, será con el tiempo símbolo evidente de manumisión. De momento, en las escasas ocasiones que podemos lograrlo, se advierte ya ese extraño y sensual placer del pecado venial deliberado. Y que el capataz se entienda con nuestro contestador.