Devoción y turismo
Estos días, los penitentes recorren las calles de ciudades españolas. Devoción, mucha. Piropos a la imagen de la Virgen de tu pueblo, un montón. Una saeta que da escalofríos. A 20 kilómetros, turismo. Días de descanso, que van bien para recuperarse, porque, en confianza, las cosas no andan finas. No hay que elegir entre turismo o devoción.
Estos días, los penitentes recorren las calles de ciudades españolas. Devoción, mucha. Piropos a la imagen de la Virgen de tu pueblo, un montón. Una saeta que da escalofríos. A 20 kilómetros, turismo. Días de descanso, que van bien para recuperarse, porque, en confianza, las cosas no andan finas. No hay que elegir entre turismo o devoción.
Estos días, los penitentes recorren las calles de ciudades españolas. Devoción, mucha. Piropos a la imagen de la Virgen de tu pueblo, un montón. Respeto silencioso al Cristo que sufre. Una saeta que da escalofríos.
A 20 kilómetros, turismo. Días de descanso, que van bien para recuperarse, porque, en confianza, las cosas no andan finas.
No hay que elegir entre turismo o devoción. Pueden ser las dos cosas, perfectamente. El turista que va a Cartagena, sabe que el Martes Santo sale San Pedro del edificio de Marina, en el que está a sueldo, y el Miércoles Santo, a los acordes del pasodoble del Gallo, vuelve al Arsenal, donde es arrestado hasta el año que viene por llegar tarde. Y cuando oye gritar: «¿de quién es la calle Mayor? ¡del Santiago!», sabe que está en territorio ‘californio’.
Sabe, además, que, según los ‘marrajos’, el Jueves Santo empiezan las procesiones, porque, según ellos, lo que hacen los ‘californios’ son cabalgatas.
Y el turista, que por la mañana ha estado en la playa, se siente más californio o más marrajo, pero, en el fondo, le da pena no haber aprendido de pequeño a cantar la Salve cartagenera, con la que los californios, los marrajos y los de Massachusetts despiden a la Virgen cuando acaba la procesión.