Latidos
A Gabriel García Márquez no le gustaban las grabadoras. La grabadora encierra todos los sonidos, incluso las respiraciones, pero no llega a alcanzar lo de dentro, las sensaciones, lo que realmente vale, aquello que es noticia: el ser humano.
A Gabriel García Márquez no le gustaban las grabadoras. La grabadora encierra todos los sonidos, incluso las respiraciones, pero no llega a alcanzar lo de dentro, las sensaciones, lo que realmente vale, aquello que es noticia: el ser humano.
A Gabriel García Márquez no le gustaban las grabadoras. “No recogen los latidos del corazón”, solía decir. Cuando se coloca la guardiana de las palabras entre dos personas y se aprieta el rojo, todo lo dicho quedará grabado, para el recuerdo, para una transcripción más fácil, pero según García Márquez, para una peor entrevista.
La grabadora encierra todos los sonidos, incluso las respiraciones, pero no llega a alcanzar lo de dentro, las sensaciones, lo que realmente vale, aquello que es noticia: el ser humano. Las palabras son el vehículo de los sentimientos, pero si el periodista se monta en él con una grabadora en la mano, quizá cierre los ojos, y se baje del coche sin siquiera recordar el color de los asientos.
La tecnología encima de la mesa, entre dos personas, se convierte en un arma de doble filo. Aportará detalles, pero empañará otros. El periodista regresará con todas las palabras en un saco, desde la primera hasta la última, pero puede haber perdido una mirada significativa, un parpadeo demasiado largo, un cruce de brazos, un sorbo de café lento, pausado.
Al que llamaban Gabo no podía permitirse eso. Hubiera sido la crónica de una muerte anunciada. No le hacían gracia las entrevistas. “Ninguna de ellas consigue reflejar realmente al entrevistado”. García Márquez amaba el Periodismo, el de libreta y bolígrafo, el de caminar y conocer para luego recordar, sentir y, finalmente, escribir.
El novelista y nobelista, licenciado en Derecho, siempre dijo que el periodismo era su profesión. Siempre dijo que el arte de contar historias era el mejor oficio del mundo. Su primer cuento salió publicado en El Espectador. Curioso. García Márquez fue un espectador de lo constante, de lo que pasaba, de lo que iba y venía.
Dichosas entrevistas. Quizá nunca publicara una. “Si encuentras una entrevista que yo haya escrito, tráigamela que se la compro”, llegó a decir a un periodista en Nueva York a finales de los noventa.
Sin grabadora, sin formato pregunta-respuesta, pero qué deliciosa sería una conversación con Gabriel García-Márquez. Sobre casi todo o sobre casi nada. Sobre la vida. Sobre la muerte.