THE OBJECTIVE
Paco Segarra

La tierra y los niños muertos

Está muy bien la celebración de un «Día Mundial de la Tierra». Si nos cargamos el planeta, nos cargamos al ser humano y a todos los seres, humanos o no, que lo pueblan, con la probable excepción de las cucarachas.

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La tierra y los niños muertos

Está muy bien la celebración de un «Día Mundial de la Tierra». Si nos cargamos el planeta, nos cargamos al ser humano y a todos los seres, humanos o no, que lo pueblan, con la probable excepción de las cucarachas.

Está muy bien la celebración de un «Día Mundial de la Tierra». Si nos cargamos el planeta, nos cargamos al ser humano y a todos los seres, humanos o no, que lo pueblan, con la probable excepción de las cucarachas, que se dice que son unos bichos muy resistentes. Existen cuestiones de sentido común y ésta es una de ellas: si la Tierra no puede albergar vida, nada puede hacerse. Y, naturalmente, tampoco puede hacerse política de ninguna clase.

Lo mismo sucede con los niños y el aborto: si no se respeta la vida de los niños que tienen que nacer, nada puede hacerse, porque el derecho a la vida -el de los habitantes de la Tierra en general y el de los niños en particular- es un tema previo a cualquier tipo de acción política. Es, también, de sentido común que el embarazo tiene un claro desenlace natural: un nuevo ser humano que llega al planeta. «Interrumpir» esta secuencia natural en cualquier punto del tiempo -horas, semanas, meses o años- sólo tiene un nombre, y es aquel con el que se designa a la eliminación violenta de seres humanos inocentes e indefensos. Es decir: asesinato. No se trata de una cuestión religiosa -aunque todas las religiones condenan el aborto-, ni se trata de una cuestión política. Se trata, ya lo he dicho, del más prosaico sentido común.

Hubo religiones, en tiempos precristianos, que ofrecían a los dioses incontables sacrificios humanos. Hay, hoy, corrientes de la llamada «New Age» que pretenden devolver a la Tierra la sangre de la menstruación y cosas por el estilo. El demonio siempre ha tenido una sed insaciable de la sangre humana. Según el doctor Peter Kreeft, gran filósofo católico norteamericano: «El aborto es la parodia, demoníaca, anticristiana, de la Eucaristía. Es por ello que sus partidarios -y partidarias- usan las mismas palabras sagradas: ‘Esto es mi cuerpo’, en un sentido opuesto y particularmente blasfemo.»

Se acercan las elecciones al parlamento europeo. Como católico, no votaré a ningún partido que no exija la inmediata supresión de cualquier ley que permita que el crimen del aborto se consagre como un derecho del cuerpo de la mujer. El niño no es un tumor que pueda ser extirpado, ni una cucaracha kafkiana. Es otra persona, otro cuerpo. Y, sobre todo, otra alma. Nadie puede arrogarse el derecho a decidir por otro ser humano. Si son ustedes católicos incurren en pecado gravísimo votando opciones políticas que no condenen el aborto. Lo dijo el Papa emérito Benedicto XVI: la defensa de la vida no es negociable en ningún caso. A partir de aquí, allá cada cual con su conciencia, porque el «mal menor» sigue siendo mal, y el miedo es siempre un consejero nefasto. Si ustedes no son católicos y conservan algo de humanidad en sus entrañas, piensen en todo esto antes de votar. Pero piensen, sobre todo, en sus hijos, si los tienen.

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