El Loco

El mirador de San Nicolás no precisa pretextos para visitarlo. Pero si al viaje le sumas la grabación de un disco en directo de Loquillo el propósito se eleva a placentera obligación.

Tenía que haber vuelto a Granada, como cantaba el viejo roquero y había prometido a mi compadre Itxu Díaz. El mirador de San Nicolás no precisa pretextos para visitarlo. Pero si al viaje le sumas la grabación de un disco en directo de Loquillo el propósito se eleva a placentera obligación. Las puñeteras agendas malograron el plan perfecto. Así, me tuve que conformar con la entusiasta crónica de Itxu, a su vuelta, una noche de tragos y Cava Baja.

Aquella velada se extendió hasta horas anticonstitucionales, mucho más allá de lo que concierta un concierto. El público levitó en conjunción perfecta con su ídolo y éste reinó en el escenario una vez más, como un príncipe nazarí. Mi compadre lo atestigua destilando emoción en cada sorbo.

El loco ha sabido rejuvenecer con los años, cantando y contando historias, dándole a la poesía el rock and roll que merece y exhibiendo la locura que sólo puede esconder la cordura. Sólo de ese modo puede un artista sobrevivir a la industria del arte, destapándose con nuevas canciones cuando la audiencia espera una recopilación de éxitos y viceversa. O sea, marcando y siguiendo su propio camino.

Al Loco lo conocí en aquellos locos años en que los gatos maullaban en el callejón soñando ir a LA. A José María Sanz Beltrán, ese tipo feo, fuerte y formal, lo descubrí recientemente. El azar. Y una charla, de esas que no se olvidan, que vino a confirmar que detrás de letras y notas hay vivencias, reflexiones, sabidurías y un ser humano mucho más grande que esos dos metros que lo separan del suelo. Compone, sí. Interpreta, sí. Actúa, sí. Pero lo mejor de él es que piensa por sí mismo. Y eso hoy no es tan frecuente.