THE OBJECTIVE
Teresa Viejo

Llámame Loco

Si estas líneas fuesen parte de una charla al uso, cuando terminásemos de devanarla José María Sanz, Loquillo, me diría lo de siempre: “Nena, no hables de futuro. Es una ilusión”.

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Llámame Loco

Si estas líneas fuesen parte de una charla al uso, cuando terminásemos de devanarla José María Sanz, Loquillo, me diría lo de siempre: “Nena, no hables de futuro. Es una ilusión”.

Hablo de él porque sí. Quizá porque ayer estuvimos juntos y nos dimos uno de esos abrazos por los cuales no pasa el tiempo. Porque le miras, te reconoces en su espejo y piensas: “qué burrada, tanto por hacer… si apenas estábamos empezando”.

Porque es feo, fuerte y formal. Grande y rectilíneo como él solo, como la generación del desencanto a la que ambos pertenecemos. Porque ha crecido soberano. Cumple canas sin ambages, quiere a corazón abierto, protesta con rabia y es un padrazo. Porque centrifuga la vida desde un escenario, su lugar natural, y nadie le lleva al huerto.

La verdad de Loquillo ha cementado en época de artificios. Rotunda.

Hay algo constructivo en esta crisis que nos ha desnudado también en los afectos despojándonos de lo accesorio, y es no tolerar las máscaras. Él no traiciona. Ha hecho de la lealtad a si mismo el salvoconducto para mantenerse íntegro en el negocio de la música. Paradoja mayúscula.

Verdades y mentiras, juegos de espejos en los que un hombretón de 53 años sigue al pie del cañón con el mismo ímpetu del principio. Ninguno somos los mismos, pero qué suerte poder contarlo.

Loquillo titula «El Creyente» al nuevo disco, no por boutade, sino porque si inmolara la fe en el ser humano que destilan sus palabras no movería masas. En sus conciertos le aplaudimos nosotros -hijos de una movida, ignoro a estas alturas de descrédito, si madrileña, catalana o viguesa- y los de 20, que como sus padres se afanan en hacerse con un Cadillac de segunda mano por ver qué secretos guarda dentro.

Si estas líneas fuesen parte de una charla al uso, cuando terminásemos de devanarla José María Sanz, Loquillo, me diría lo de siempre: “Nena, no hables de futuro. Es una ilusión”.

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